sábado, 8 de marzo de 2014

NELSON ALGREN & SIMONE DE BEAUVOIR El cosmos ficticio





Preámbulo necesario.
Mario Vargas Llosa escribió un libro titulado “La verdad de las mentiras” en el que reunió varios ensayos y relatos de diferentes autores argumentando el componente de ficción que existe en la literatura; aseverando además, que las novelas y los relatos no cuentan la vida de los personajes, sino que se alteran, se transforman y les añaden los sueños, inquietudes y tergiversaciones —y yo añado— las maldades que surgen de la imaginación del narrador. Este preámbulo me sirve como justificación de que mi relato toma esa deriva en que lo imaginado juega a poner en boca de los personajes verdades que parecen mentiras y, es posible que más de una mentira bordee la verosimilitud.


Este escrito realizado a principios del año 2014, los personajes ocultos que comparten estas vivencias en la piel de Nelson y Simone no pudieron quedar reflejadas con los nombres de las personas que compartimos esa iniciativa por respeto a un secreto que mantuvimos una persona amiga y el que escribe. Ahora, después de ocho meses de la muerte de Josefina y, como consecuencia de haberse vulnerado la correspondencia secreta por su entorno familiar; ha quedado la íntima correspondencia amorosa mantenida entre ambos, descubierta, leída y sabida por quién debía ignorarlo; esa circunstancia me lleva a la conclusión que ya nada me impide descubrir que el escrito titulado: —Nelson Algren & Simone de Beauvoir; el Cosmos ficticio—, esconde una historia compartida con Josefina y quien escribe ese escrito. 

Es un retazo más de nuestras vidas enmascaradas en estos personajes. Ficción y realidad se entrelazan fuertemente, como si se tratara del realismo mágico en que, expresamente todo se confunde. Queríamos ser esos personajes, para poner con toda vehemencia nuestra piel más íntima, nuestra desnudez soñada, en los cuerpos de Nelson y Simone. Todo como si fuera el realismo mágico que comparte características con el realismo épico, con la pretensión de dar verosimilitud a lo fantástico e irreal, como elementos próximos y deseados percibidos por las personas que escriben esta historia como parte de su normalidad.

Paseaba por la Vía Augusta de Barcelona, era una mañana de otoño espléndidamente soleada. Mi mente estaba muy lejos del camino andado por mis pies, mi cabeza, estaba abstraída construyendo —como hago con demasiada frecuencia—, una de mis posibles historias o escritos para mi blog.

De improviso una sensación hizo que reparara más allá de mis pensamientos. En ese instante percibí el penetrante perfume de mujer, fue como una señal de aviso, como si ese perfume reclamase insistentemente mi atención. Por fin descubrí su procedencia, ese perfume acompañaba a una elegante mujer que, a pocos pasos detrás de mí, caminaba en la misma dirección, reconocí rápidamente ese perfume, era Belle d'Opium, de YSL. En el mismo instante en que nos cruzamos sonó el teléfono de su móvil. Se detuvo un momento y atendió la llamada a unos veinte pasos delante de mí. Yo me acerqué lentamente y me detuve a dos metros de ella para observar con detenimiento a esa atractiva mujer. No sé por qué me llamó la atención su pelo rubio, una cabellera que yo consideré sensual, posiblemente pensé en la frase de Alfred Hitchcock: “El pelo largo y rubio en una mujer  es como la noche estrellada, es un pequeño universo ordenado, perfecto y erótico que provoca un estímulo irrefrenable que acompañan al más sublime de los deseos”.
                                                 
Dio unos pasos mientras hablaba por el móvil hasta que se detuvo delante del escaparate de una galería de arte. Yo también me detuve muy cerca de ella, contemplando el escaparate saqué mi móvil y mandé un WhatsApp, fue la excusa que se me ocurrió para estar unos minutos a su lado sin que se notara un descaro desmedido.

Mientras ella hablaba me sonrió abiertamente y a su sonrisa se unió la mía, la mirada de mis ojos debieron expresar más cosas de las que yo estaba dispuesto a que ella notara; por su lenguaje corporal intuí que ella debió percibir bastante más de lo que yo quise expresar. Sin ningún disimulo me regaló una risa franca que iluminó su cara; un parpadeo estudiado de aceptación me dio alas para abordarla. Ella cerró el móvil y yo también.

—Perdona que te aborde con mis palabras, pero llevas un perfume irresistible, hueles profundamente a mujer, tu perfume es tan femenino que es como una llamada cautivante y solidaria a tanta belleza expuesta.

—¡Cuántas palabras para describir el perfume de una mujer! Gracias, eres muy amable. Me gusta el arte, me gusta la pintura y estos cuadros de desnudos masculinos son muy atractivos. ¿Te gusta la pintura?

—Sí me gusta la pintura, siempre he sido sensible al arte, me entusiasma poder contemplar la belleza de una pintura cuando esa consigue transmitirme la emoción de contemplarla. Y esos cuadros expuestos tienen mucha calidad.

—Es verdad, son excelentes. Coincidimos plenamente, me encanta la pintura y me subyuga la escultura.
 
—¿Quieres que entremos y veamos con tranquilidad la exposición?

—Oh sí, me encantaría visitarla y disfrutar de tu compañía contemplando esos soberbios cuadros. ¿Por favor dime cómo te llamas?

—Me llamo Nelson y ¿tú?

—La verdad es que tengo varios nombres dependiendo del entorno en que me muevo. En concreto, me llamo Francisca, Josephine, Delacroix, Ernestine y Simone, pero ya hace años he adoptado sólo uno: Simone. Hay una razón, me siento completamente identificada con Simone de Beauvoir, es mi espejo y mi referente como mujer. 

—Perdona mi primera osadía. ¿Una mujer tan guapa como tú tiene pareja? ¿Estás casada o tienes amante?

—¿Osadía primera? ¡¿Es que habrá más…?! Bueno intuyo que eres un hombre osado y no me disgusta. Te voy a contestar eso de tener amante, aunque tampoco has precisado si mi amante es hombre o mujer… (Risas). Sí estoy casada, tengo un amante y soy argentina. ¿Y tú Nelson, estás casado o vives con alguien? ¿Eres español?

—Estoy separado y no tengo pareja. Sí, soy español, soy de Barcelona, soy catalán y voy a ser tu amante.

Abrí la puerta de la galería de arte e invité a Simone a entrar. En la exposición hay varias salas con cuadros de tamaño importante, todas con desnudos masculinos. Una treintena de pinturas al óleo y algunas acuarelas, bocetos de los cuadros,  muy bien realizados.


—Nelson. ¡Estas pinturas son formidables! Los encuadres, las posturas de los modelos desnudos son espectacularmente provocativos. Me encanta la belleza que transmite el cuerpo humano. El de los hombres me subyuga.

—Sin duda, Simone, las proporciones del cuerpo humano son admirables; imagino que el pintor ha querido resaltar las posturas de los modelos masculinos, dándoles con el volumen de la luz un resalte difícil de no reparar en los genitales. La luz le da un toque de casi total provocación, llaman la atención sus generosos atributos sexuales. ¿Te gusta la desnudez del hombre?

—El desnudo masculino me provoca, es fascinante y reconozco que, como mujer no estoy liberada de la atracción inconsciente que me provoca el sexo opuesto; si bien las formas pintadas en estos cuadros responden a un canon de proporciones humanas perfectas que, de por sí, son bellas y admirables. Me gustan los desnudos en el arte y, voy a sincerarme, de forma inconsciente hay mecanismos que la libido hace que no pueda controlar. Posiblemente estos mecanismos de respuesta obedecen a múltiples situaciones vitales con las que la persona se encuentra, no es que lo haya analizado, pero es así, más de una vez me sucede.

—Me encanta Simone que la conversación sea tan distendida y que, el atrevimiento de haberte abordado no te cause ninguna prevención. Ahora que ya nos conocemos un poco más quiero decirte que eres una mujer muy atractiva, estar a tu lado, compartir ese tiempo con tu persona me parece un auténtico regalo; no sé si la providencia o el destino nos ha preparado ese amable encuentro. Por favor dame tus manos, quiero tocar tu piel, quiero apreciar el calor que transmites, quiero tenerte más allá de tu perfume y por primera vez, valorar el contacto de tus manos. ¿Te importa?

—¿Es esta la segunda osadía? ¿Quieres mis manos… como primer contacto?

—Exactamente, esa pequeña osadía es la que nos permitirá saber sí mis próximos atrevimientos serán admitidos y deseados!

Simone extendió sus manos y las recogí de forma que quedaran abrazadas suavemente por las mías. Las estreché con delicadeza y tiré de ellas hasta que su cuerpo estuvo tan cerca del mío que nuestras caras se juntaron y, con un hilo de voz le dije al oído:

—Sin duda Simone, en las manos se concentra mucha energía de nuestros cuerpos, sobretodo en este momento en que no sólo la piel está en contacto, sino que nuestra atención está en total alerta; el tono de voz, las palabras dichas al oído tienen el valor de una caricia, las manos nos acompañan a ser mayor receptores, en definitiva a saber sí ambos deseamos lo mismo, sí a nuestras manos se une la energía de dos seres que se dan cuenta, quizá por primera vez, que nos necesitamos…

—No sé qué responderte dentro de una ilación lógica, pero te lo diré con palabras de mujer que, con toda seguridad, son las mías: me gusta lo que nace de ti, me gusta la letra y la música, me gusta tu acercamiento, tu forma de palpar, tus palabras las has convertido en puras caricias —presagio de un devenir excitante— me siento necesitada de tus palabras… Por  favor Nelson vayamos aquel rincón y sentémonos. Quiero mirarte a los ojos en profundidad...

Nos sentamos en el sofá junto a una gran escultura que separaba a otra sala de exposición oculta por una cortina. Tomando mis manos dijo:

—¿Qué nos está pasando? ¡¿Qué demonios nos está ocurriendo?!

—No lo sé a ciencia cierta, me ocurre como a ti, no sé lo que nos está pasando, pero tengo la sensación de que te conozco de toda la vida, no me eres extraña para nada, casi podría adivinar donde tienes esa peca en tu cuerpo que pocos han visto…

—¡¿Dios mío, cómo sabes lo de mi peca?!

—No lo sé Simone, tampoco sé porque se me ha ocurrido decírtelo. Te propongo que pasemos a esta sala contigua. 

Dimos unos cuantos pasos,  abrimos la cortina y nos encontramos en un gran salón. Era un espacio irregular, sólo se exponía un cuadro de gran formato, sujeto por dos caballetes laterales que lo mantenían en pie. Nadie más que nosotros en la sala, el silencio era absoluto. A medida que nos acercábamos nos pareció un cuadro impresionista, se apreciaba una gran avenida llena de gente y tiendas. Fuimos descubriendo que se trataba de les Champs-Élysées, de París; al fondo l’Arc de Triomphe, en la Place de l’Etoile, es un cuadro post impresionista del Siglo pasado, bastante conocido, pintado por el francés Edouard Leon Cortés, llamado en su época como “Le Poete Parisien de la Peinture”


—¡Nelson, mi París, oh París! ¡Es mi ciudad, la considero mía!  El tiempo que he vivido en ella he sido tan feliz, tanto que la consideraré de por vida mi ciudad. Durante el tiempo que he vivido en ella, he sido inmensamente feliz, nunca me arrepentiré de haber transgredido todo lo que la sociedad prohíbe y no tolera, una sociedad que prefiere la hipocresía a la autenticidad.

—¡Vaya entusiasmo! Qué despliegue de motivos contundentes para explicar lo dichosa que has sido viviendo en París. Interpreto que los tiempos vividos fueron de plena libertad. ¿Lo fueron de verdad Simone?

—¡Sí, sí, sí, Nelson! Fueron, extraordinariamente felices, divinos. ¡Quiero tocar esa pintura! ¡Ven Nelson estréchame las manos! Dame esa mano que me contagia positivamente. Tus vibraciones hacen que te sienta en mi interior. ¿No percibes al igual que yo la necesidad de penetrar en el cuadro? ¡Quiero entrar en el cuadro, Nelson! ¡Quiero volver a mí París!

—Sí Simone, ahora  estoy decidido a ir contigo, quiero vivir contigo, demos el paso, adentrémonos en la pintura. ¡Volvamos a nuestro París!

Simone y Nelson asidos de la mano traspasaron el cuadro, la pintura se tragó a los dos seres como tantas veces hemos visto en las películas de ficción que los cuerpos de forma dúctil y mórbida se moldean traspasando la tela del cuadro de forma natural, algo que en apariencia es imposible atravesar. Una transmutación de los cuerpos, una metamorfosis inexplicable les ha permitido adentrarse en el París soñado.

—Sin duda Simone haber atravesado ese cuadro tiene muchos significados; supongo que los psicoanalistas podrían darnos un razonamiento aceptable, pero esencialmente se me ocurre uno: el gran deseo que tenemos de estar juntos, de olvidarnos de nuestros entornos y de regenerar nuestra existencia para poder reconducirla con la única finalidad de revivir un tiempo perdido, de algo que ha estado dentro de nosotros mucho tiempo y que, en este momento, nuestro encuentro casual —¿Casual?— digamos que no ha sido tan casual el que ha propiciado que demos este paso. Quizá la influencia que recibimos de los personajes con los que nos identificamos sea la verdadera respuesta de que ahora, en ese momento, cogidos de la mano nos encontremos en pleno Champs-Élysées.


—¡Oh París, mi París! Amo a esa ciudad, en ella encontré mi libertad, donde me sentí verdaderamente mujer. París me ha hecho vivir a plenitud; mi meta ha sido llenarme de vida a cada instante y, cada instante, es presente. He ideado un paraíso que únicamente es presente y, de él tomo los frutos que me apetecen. Se me agolpan imágenes que tenía olvidadas, es como si una espesa niebla fuera disipándose, en el que recuerdos e imágenes presionan por aparecer ante mí. ¡Amado Nelson! Te miro y me maravillo de tenerte a mi lado. Tienes un atractivo irresistible difícil de no sucumbir a tus encantos, los frutos que cuelgan de tus ramas causan en mí una atracción irresistible. ¡Deseo aproximarme a ti como nunca lo hice!


—No sé con certeza quién eres, sí la mujer que acabo de conocer, a Simone, o al traspasar el cuadro, me encuentro en París asido de la mano de mi antigua amante. Estas palabras, las que terminas de decir, que soy como un árbol de cuyas ramas cuelgan frutos apetecibles, me recuerda… sí, ahora ya sé quién eres, eres mi amor, mi amante, mi Simone de Beauvoir. Yo también empiezo a recordar. Sea lo que sea quiero compartir esa aventura contigo. ¡Quiero vivirte y amarte! ¡No salir de ese París mágico jamás!

—Así es Nelson Algren, yo también creo que hemos traspasado la materia, estamos un una nueva dimensión, sólo nuestro espíritu permanece, hemos dejado atrás un mundo consolidado por otro nuevo y esperanzado. Ahora sí reconozco que he cambiado, ya soy quién siempre he querido ser, soy tu amante Algren, soy Simone de Beauvoir! Cuántas cosas tenemos que decirnos, cuántas palabras para deshacer equívocos, ahora tenemos la oportunidad de reconciliarnos, de ser esos amantes sin freno, ni límite.

—Querida y amada Simone, cuánta gente, adoro ese ambiente característico de los Champs-Élysées, mira detrás, allí en la plaza de la Concordia. ¡Que perspectiva más fantástica!

—Cuánta belleza tiene ese paseo, me encanta que hayamos tomado esa decisión. París, mi París! No olvides que les Champs-Élysées son el equivalente a poder entrar en el reino de los cielos. Yo siempre he estimado las esculturas de la Plaza de la Concordia, las réplicas de los Caballos de Marly, me siento representada por ellos, son unos caballos salvajes en las que el domador retiene con sus bridas evitando que se desboquen. Siempre he considerado que necesito de un hombre como tú, de un para-freno para no desbocarme… ¡Aunque transgredir es tan hermoso!

—Sólo hemos de cruzar el Paseo y a pocos metros tenemos nuestro hotel; el Marriott Champs-Élysées.

Déjame entrar en esta tienda quiero comprar un neceser con utensilios de higiene para los dos. ¡Oh, qué belleza Nelson! ¡Quiero uno de esos negligés del escaparate!

Salieron de la gran tienda con dos pequeñas maletas y un neceser, habían hecho acopio de cuánto en apariencia necesitaban, era la forma de entrar en el hotel con la normalidad de ser unos turistas que pasan completamente desapercibidos. Entraron en el hotel Marriott; acomodaron el contenido de las maletas y bajaron al bar del hotel para tomarse esos whisky que se habían prometido. A ambos, les gusta beber y el whisky es su bebida favorita. Así lo hicieron y mientras cómodamente sentados pidieron dos whisky Vintage Balblair 1975, un whisky de malta excepcional. Mientras saboreaban el whisky Nelson tomó la mano a Simone y le besó la palma, se entretuvo besándosela, pasó sus labios entre sus dedos y mirando a sus ojos balbuceó unas cuantas palabras y con voz profunda le dijo:   

—Me doy cuenta Simone de que llevas mi anillo, no sabía que después de nuestro rompimiento, ese anillo no lo hubieras tirado por la ventana. Siempre pensé que mi poema dedicado a ti y a Jean-Paul Sartre, “Abelardo & Eloísa”, había destruido todo lo que nos dimos.

—Jamás me he quitado tu anillo, siempre lo he llevado, incluso acostada con  todos las personas que me han amado, nunca me lo quité. Nelson, ahora tenemos la ocasión de disculparnos por las palabras que se convirtieron en escritos que nacieron provocados por los celos —en eso los dos somos culpables— quiero que me digas porque fuiste tan cruel con ese poema que nos dedicaste a mí y a Jean-Paul, sin duda, algo extraño en ti después de tanto amor que nos supimos dar.

—Tienes razón, fue un poema de despecho, os traté a los dos despreciativamente buscando la similitud de vuestros amores con los de Abelardo y Eloísa. Así lo titulé, pero fue mi rabia y mi despecho el que me hizo tratarte —en público— de prostituta. Os comparé con ellos porque en aquel momento no te perdonaba que amándome no rompieras con Jean-Paul; eso me llenó de ira, pero fue la que supo cargar mis palabras con el rencor del amante frustrado. Debiéramos intentar obviar los recuerdos que nos traen crueldades, intentemos saber de nosotros pero con la curiosidad de dos personas que se aman y que, por la ausencia que hemos sufrido, necesitamos saber la verdad de nosotros en esos tiempos en que no pudimos compartirnos. ¿Continuamos la conversación en la habitación y nos llevamos la botella de whisky?

—Perfecto, Nelson, nos pondremos cómodos y hablaremos de sexo… ¿Te parece oportuno?

—Eres genial Simone. ¡Hablaremos de sexo mientras hacemos el amor!


Llegaron a su habitación, cerraron la puerta y se miraron a los ojos y empezaron a reírse a carcajadas. Estaban felices, esa puerta cerrada y el cartel puesto en la puerta de “No molesten” hizo que se desataran las risas que presagiaban la tormenta amorosa sin límites que ambos esperaban. Se habían deseado tanto, que el nerviosismo hizo mella en sus conductas.

—No quiero que te pongas el negligé, quiero tu piel, quiero tu espléndida desnudez, la que he soñado durante tantos años, cuántas veces en mis sueños eróticos has estado conmigo, cuántas my bratty bitch. ¿Quieres que te ponga un buen trago de whisky con hielo?

—¡Si por favor! Necesito ese trago de ese excelente whisky. Cuando me vista para ti lo haré sin el negligé, ahora quiero sentarme en la cama junto a ti y mientras hablamos déjame ser como soy, coqueta, juguetona y descarada; ya sabes que mis manos son pura picardía, me encanta tocarte y ponerte nervioso, excitarte… ahora es el momento de poder explicarte la parte oculta de la luna. ¡Adelante, amor, con tus preguntas!

—De acuerdo Simone. Siempre he querido saber cómo nació en ti el deseo de acostarte con una mujer, sé de las mujeres que has amado, pero algo debió despertar esa necesidad. Dime, cómo nació en ti el deseo por una mujer, se ha hablado mucho sobre tus jovencitas alumnas… ¿Pero cuándo despertó en ti el deseo por una mujer?

—Así es Nelson. La primera atracción por una mujer fue cuando descubrí la obra de Gustave Courbet. Los desnudos de sus pinturas fueron la causa. Me maravilló el realismo imperante de las pinturas de Courbet, la sensualidad de sus mujeres, la lascivia reflejada en sus rostros, todo un mundo fascinante de los sentidos, —del atractivo por la piel— me atrapó completamente, quería ser una de esas damas tendidas junto al río acariciándome con otra mujer; sentí por primera vez esa necesidad sexual que sus pinturas me transmitían, me fascinaba la sinuosidad de sus cuerpos, los deseé por primera vez como mujer…

Sentí en mi interior y en mi mente la incitación más extrema. Admiraba sus cuerpos y su piel. Me atrajeron sus cuerpos, nació en mí la necesidad de amar a una mujer, al igual que lo habían hecho las modelos de su obra “Le Sommeil”, abrazadas absortas por su propia voluptuosidad; si bien ese mundo lésbico despertaba mi interés, más podía —imaginando la escena como en una película— excitarme sexualmente el hecho de que, podía tocarme y acariciarme con una mujer y hacerlo delante de un hombre como lo hacían ellas delante del pintor —la excitación por la observación del hombre era contundente— ahí nació el placer para que mi desnudez fuese observada imaginando estar desnuda delante del pintor Gustave Courbet. Pero ahora, en este momento sublime, te tengo a ti, tú me pintas con tus palabras-caricias cada uno de los movimientos que me llevan a darte toda mi esencia de mujer, son tus manos pinceles perdidos en mi vello púbico, es tu lengua la mejor de las paletas mezcladoras de colores y tu saliva el óleo que da el final feliz, el único final feliz que existe sobre la tierra: el orgasmo, mi orgasmo es mi dedicatoria de amor para ti barbudo degenerado.

—¡Amada Simone! No quiero que reconduzcas tu vida, te quiero tal cual eres, te quiero desbocada sin límites, te quiero con la sensualidad desvergonzada, eres ma petite pute gâtée, quiero tu desnudez desenfrenada pidiéndome a gritos que te ame, te quiero como Simone de Beauvoir, extrovertida, promiscua y si hace falta desvergonzadamente compartida. No quiero imposturas ni falsos comportamientos, necesito que seas —en todos los sentidos imaginables— más mujer que nunca, quiero vivirte tal como te he soñado.



—¿Me quieres promiscua? Lo soy, amado Nelson. Tú me diste el momento mágico para apreciar con todo mi ser la morbosidad del sexo. Cuando hice el amor con aquel joven camarero de Chicago delante de ti, experimenté un placer jamás sentido en otras parecidas ocasiones. En aquel momento me sentí tu hembra; estar amando a otro hombre mientras tu mirada se derretía gozándome, fue el mecanismo que hizo sentirme tu deseada esclava. Aquel día —por primera vez en mi vida— disfruté de verdad sintiéndome observada por un hombre; tú lo conseguiste Nelson. Noté tu deseo como crecía a cada beso, a cada movimiento de mis caderas y, en ese momento, fuiste mío mientras me entregaba al varonil cuerpo del camarero. En aquel instante en que me abandonaba supe que eras mi hombre deseado y yo tu esclava sumisa.

—¡Sé que fue así, fuiste la mejor! Porque después hicimos el amor como nunca, me lo diste todo sin pedírtelo, fuimos cómplices hasta el límite, tú fuiste la hembra que siempre había deseado!
  
—¡Mi hombre grandote! ¡Mi marido sin papeles! Eres mi amante completo! Yo por ti lo abandoné todo, yo me fui a vivir contigo cuando estabas sin dinero. Ahora estamos en París, esencia de mi vida, donde he amado, donde he gozado intensamente.  La intimidad con Jean-Paul hizo sentirme mujer por convicción; de ahí mi frase que define y se ajusta a esa filosofía: ”No se nace mujer, se llega a serlo”. Desde ese día soy mujer las 24 horas del día, pienso y siento como mujer por convencimiento.

[1] Foto de Art Shay

Mientras Nelson hablaba, Simone conectó la música ambiente de la habitación y, al compás de una melodía se desnudó provocativamente. La mente de Simone se llenó de excitación, se sentía pequeña, dominada, era la sensación que siempre había experimentado, sexualmente siempre se sintió su esclava. Amaba a Nelson, lo amaba pero por encima de todo le deseaba, siempre fue su mejor amante, nadie como él supo hacerle vibrar y tensar el arco del éxtasis hasta que éste se desbordara, únicamente Nelson era capaz de transportarla al mundo del auténtico placer.

Simone estuvo coqueteando desabrochándose su blusa, la dejó entreabierta, deslizando el cierre de su falda para dejarla caer en el suelo.  Simone se sacó la ropa interior dejando tan sólo sus medias y los zapatos y empezó a desabotonar la camisa de Nelson, con dos tirones sacó la camisa dejándole el torso desnudo; sus manos y su boca iniciaron un sensual viaje por el pecho de Nelson. Simone besaba y lamía la piel de su pecho, en el más estricto y penetrante silencio que produce el desespero sensual de las caricias. Se había iniciado el viaje a la absorbente estimulación emocional.

—Nelson, cariño, hombre deseado, me vuelve loca mirarte así, entregándome a ti como tu sumisa esclava. Para ti, todo es poco, desde mi desnudez te ofrezco unas ansiadas briznas de amor recién cortadas; mi boca será el racimo de caricias entregadas sin límite. Hebras de saliva repletas de caricias, sutiles filamentos llenos de ternura, regalo de mi boca para que te sientas querido, amado y muy deseado… ¡Quiero que me goces!


Eros y Psique habían hecho acto de presencia. Las manos de Simone empezaron a palpar el cuerpo de su hombre por encima de sus ropas; sugerencia de que se quitara la ropa. La invitación fue obedecida por Nelson. Los cuerpos de ambos quedaron desnudos. Los brazos de Nelson rodearon el cuerpo de su amante; desgranó una espiga de besos que cubrieron los pechos de ella. Se abrazaron con un beso eterno, precursor de la incursión a la más primitiva de las necesidades humanas. Simone se adueñó de la piel de su hombre, beso su sexo con apasionamiento, con desespero de hembra. Nelson se abandonó mientras las caricias de Simone se adueñaron de su sexo; la profundidad de sus caricias le hizo sentir en su boca un intenso aleteo de mariposas.

—¡Muero por ti, amada Simone! Me gusta contemplar tu desnudez, me gusta el descaro de tus caricias, de tu cuerpo, de tus ansias por ser amada, estás tan atractiva, eres tan apetecible que te lo diré en palabras de Yves Saint Laurent: "No hay nada más hermoso que un cuerpo desnudo. Las prendas más hermosas que pueden vestir a una mujer son los brazos del hombre que ama". Por tanto amada Simone tu cuerpo no necesita ningún negligé, tu piel es el mejor atractivo.

Nelson me abrazó y me tendió en la cama y pensé lo encantador que era estar desnuda frente a mi hombre, me sentía impaciente, temblorosa de sentir su piel, de pensar que dentro de unos instantes sería la mujer más dichosa de París. Miraba su cuerpo y sentía el mismo desespero —después de tantos años— de mujer, para entregarme a sus caricias, para ser amada. Su boca jugueteó con mis senos, me acarició largamente, acaricié su cabeza, jugueteé con mis dedos entre su pelo; luego se arrastró delicadamente sobre mi vientre, me  besó, me lamió largamente y continuó jugueteando con mi cuerpo dándome sus sabrosas caricias donde él sabe que muero por vivirlas.

Nelson sujetó mis tobillos y lentamente hizo deslizar mis piernas hasta que mis pies quedaron a los extremos de la cama —esperaba ese momento— en plena locura de deseo y me abandoné por completo. Me estremecí, sintiéndome más mujer que nunca. Me acarició las piernas, poniendo las palmas por debajo de mis pantorrillas, sus caricias fueron ascendiendo con suavidad y lentitud estudiada. Las palmas de sus manos acariciaron por detrás mis muslos, estaba temblando. Su boca se acercó a mi muslo y noté su respiración suavemente agitada, el primer beso sobre mi cuerpo hizo que mi piel se erizara. ¡Estaba nerviosamente indefensa! Su boca se adueñó de mi piel, sus besos y su lengua marcaron el terreno por donde se iban a prodigar las caricias.

—Simone, quiero tu cuerpo bendito, lo quiero como ese cuadro que tanto veneramos; entregada y  dispuesta como el cuadro "El origen del mundo" de Gustave Courbet ahora amor mío quiero mostrarte mi locura apasionada, mi desespero por hacerte dichosa, sé que sin decírmelo abiertamente, lo imploras, lo deseas y yo más que tú.


—Nelson, mi gaturro amado, cuando rastreando la obra de Courbet, tuve noticias del Origine du monde, no me detuve hasta encontrarla, hasta conocer el más mínimo detalle que me hablara de ese pubis generoso; nuevamente no era ese sexo femenino el que me atraía, era la mirada del pintor, esa mirada desprejuiciada, que la encuentro en ti, mi amor moebius, mi amor sin fin, me siento poseída con tu mirada que examina cada poro y cada parte de mi vulva, nombrándola como si de flores exóticas se tratara, poniéndola en valor y reivindicando su estatus, sentir tus ojos analizando en detalle mi sexo me conmueve, me halaga, me hace valorar la maravillosa diferencia que nos identifica a cada uno con su sexo.

Amor, degenerado mío, no es exagerado brindarle importancia a nuestros genitales, es injusto desear tanto nuestras partes íntimas y no atreverse a mirarlas con detenimiento y veneración. Afortunadamente nosotros no tememos brindarles todo tipo de caricias, con nuestros ojos, con nuestras manos, con nuestro gusto, con nuestro olfato y con la maravillosa palabra. 


Muchas madrugadas, en este tiempo de separación, me he despertado sorpresivamente teniéndote sobre mí. En mis pensamientos estás en esa cama que tanto te gusta ocupar la de mi mero acompañante—, tú has robado un lugar en ella y, en mis noches de desespero mis manos eran tu boca y mis dedos eran tu lengua. Me entregaba a ti pensando en tus palabras, en tu cuerpo, en tu piel mientras sentía que me perdía abrazada a ti en la nada del más bello de los sueños. Gracias amor por reparar en esta obra, el Origen del mundo, para homenajear mi sexo, tus palabras son contundentes, excitantes, milagrosas y generosas.

El origen del mundo fue completamente entregado a mi hombre. Sucumbí al placer necesario de mi éxtasis. Cerré rápidamente los ojos, me refugié entera en el placer que me arrancaba. Sus besos, sus caricias babosas, son un placer inmenso, solitario y único, como una flor cortada; la lluvia humedeció con generosidad mi cuerpo, un río de placer inundó mi piel y mi carne. Nelson desgranaba mimos, sonidos acariciadores mientras su boca cuidaba mi piel; mi excitación era de total abandono y entrega; yo trataba de decirle palabras de cariño en francés: Mon chou, mon chéri


Fin del Cosmos ficticio
El cosmos ficticio, el cuadro donde se generó esta historia se está derritiendo sin que nadie pueda detenerlo, amplios regueros de pintura destruyen este hermoso cuadro. En el Hotel Marriott de París, en la habitación 421 inesperadamente la música dejó de sonar, el silencio sobrecogió a los personajes, un silencio aterrador que les dejó paralizados. El suelo donde se asentaban sus pies se convirtió en una alfombra blanda, caliente y humeante. La alfombra convertida en una aparente arenas movedizas se tragaban todo el piso del hotel junto con las paredes y los muebles. La cama se derretía, sus cuerpos bullían, el calor era excesivo e insoportable. Desde el balcón que daba a los Champs-Élysées casi no se veía nada, había oscurecido; la gente había desaparecido, eran campos desiertos, con edificios deformes, el cosmos de ficción terminaba. Ya no se distinguía nada que tuviera vida, los hierros del balcón se derretían, goteaban cayendo a pedazos; todo se desvanecía como un sueño. Simone y Nelson se tumbaron en la cama, se abrazaron y se fundieron para siempre. En el último suspiro de sus vidas se cogieron las manos y se miraron a los ojos convertidos en espejos de sus almas… Mientras Simone ponía punto final con estas palabras de su libro “La mujer rota”:

—En el océano del tiempo yo era una roca batida por las olas siempre nuevas y que no se mueve ni se desgasta. Y repentinamente el flujo me arrastra y me arrastrará hasta que me hunda en la muerte. Mi vida se precipita trágicamente. Y no obstante, en este momento, con qué lentitud gotea. Hay que esperar siempre que el azúcar se disuelva, que el recuerdo se esfume, que la herida cicatrice, que el sol se oculte, que el fastidio se disipe...
¡Nelson, no habrá muerte entre tú y yo!


Reflexión final:
La Pasarela Simone de Beauvoir, de París, diseñada por el arquitecto austríaco Dietmar Feichtinger, me sugiere que su diseño fue pensado para la reconciliación de estos dos personajes de mi Cosmos Ficticio; una obra de ingeniería armónica y genial por la que, con toda seguridad, transita el espíritu reconciliador de las ánimas de esos dos personajes extraordinarios.

Simone, al contrario de cómo fue con todos sus amantes, con Nelson se mostró indefensa, sumisa y torpe ante el amor de su hombre como cualquier otra mujer. Quiso ser —a conciencia— la mujer pendiente de su hombre. En ese alarde de pequeñez está gran parte de su grandeza. Fue un amor que hizo cambiar por completo a Simone, ella pasó de gigante intelectual a mujer asequible; sometiéndose íntimamente a su amor y lo hizo por convicción de mujer; pero los dos personajes, siendo unos monstruos intelectuales, ambos dotados de una inteligencia superior, no supieron construir un amor sin supeditaciones —sin seguridades— exógenas. Tampoco valorar en su total dimensión el amor que ambos fueron capaces de darse.

Como discreto observador que soy de ellos, no quiero otorgar culpabilidades, a nadie. Los dos fueron personajes con caracteres fuertes, exigentes y, hasta cierto punto, despiadados. Simone tenía una afectiva trayectoria de complicidad compartida con Jean-Paul Sartre, un intelectual brillante; un hombre feo, miope, torpe y con limitaciones de tipo sexual. La estimación de ambos trascendía al sexo que mantenían, sus voluntarias ataduras eran más intelectuales que amorosas. Ambos, casi desde el mismo momento en que se conocieron, de jóvenes brillantes universitarios, establecieron su intimidad como un juego, un “contrato sentimental”, un compromiso de palabra en el que se sometían a unas reglas comunes: Prohibido mentir, la sinceridad era irrenunciable, libertad sexual pero con la condición de que ambos serían los primeros en saber por ellos mismos con quién mantenían relaciones sexuales. Según ellos el sexo con otros amores serían considerados —relaciones contingentes— es decir, casuales o accidentales, ya que las únicas —relaciones necesarias— eran la de ellos, las de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir.

Creo que los dos personajes, Nelson y Simone, al llegar al final de sus vidas hicieron una reflexión apesadumbrada de su falta de decisión; se reprocharon sus aparentes seguridades por las que eligieron, más de un camino, equivocado. Ambos se cuestionaron los caminos andados, —como hacemos la mayoría— por no haber sabido arriesgarnos un poco más del que lo hicimos; o por haber adoptado la comodidad de no desprendernos de lo que creemos que son seguridades  —malditas seguridades— en vez de afrontar la contingencia que nuevos caminos. Damos excesivo valor a la seguridad, pero esa aparente seguridad es un lastre que nos obliga a renuncias o no asumir riegos que de haberlos elegido hoy, en nuestra reflexión postrera, no lamentaríamos no haberlas tomado. Un pequeño signo de ese arrepentimiento es que Simone determinó antes de su fallecimiento que fuese sepultada con el anillo que Nelson Algren le regaló. Y, Nelson decidió no publicar —contrariamente a lo que hizo Simone de Beauvoir— las cartas íntimas, algunas llenas de ira, que escribió a Simone. Éstas se encuentran depositadas por voluntad del autor en la Universidad de Columbus (Ohio).
© Lluís Busom i Femenia



[1] Foto de Art Shay
La foto de Simone de Beauvoir desnuda en el baño ocupó la primera página de Le Nouvel Observateur, en el 2008, causando un gran revuelo por el sensacionalismo de la foto de la escritora y filósofa. The New Yorker intervino en la controversia, pero no publicó la imagen. El artículo concluía: "este es el tipo de cosas que le sucede a una francesa en Chicago cuando su novio es un escritor de “cuello azul” (En Chicago, desde 1920, obreros del acero, en este caso se refería a persona vinculada a las clases bajas) y todo un mundo que bebe bourbon y deja la puerta del baño abierta."

Pero no fue así exactamente. La foto fue tomada por el amigo de Nelson Algren, Art Shay en 1950, cuando Simone se había venido a vivir con Nelson Algren en el 1523 de Wabansia. Su apartamento no tenía bañera, así que Shay la llevó a la casa de un amigo. Simone salió del baño con la puerta abierta y Art Shay tomó la foto. Simone, oyó el clic de la cámara y dijo: "Tú hombre travieso," pero a Simone no le importó mostrarse delante del fotógrafo completamente desnuda, por lo que Shay hizo varias fotografías y ella al darse cuenta, se dio la vuelta para que Shay la fotografiase con “pelos y señales”; ahora esas fotos las ha vendido Shay por 2.000 dólares en el Paris Photo Show. 



Breve aproximación a sus vidas


Nelson Algren
Escritor americano, educado en la Universidad de Illinois. Novelista en las que, la mayoría de sus obras, se desarrollan en los barrios marginales de Chicago; su obra es considerada que es el reflejo realista de la vida americana. Apasionado por el juego y el alcohol, tuvo que luchar contra la hostilidad de los editores. Por sus ideas sociales y políticas padeció el acoso de la “caza de brujas”, originada por el Senador McCarthy, instigador de la cruzada anticomunista entre 1950 y 1956 y sometido al Comité de Actividades Antiamericanas. El “expediente” de Nelson Algren, sin que hubiera ninguna acusación en concreto, le causó serios problemas en su vida, ya que le privaron del pasaporte durante diez años. Aunque nadie de la Administración americana y, por supuesto, tampoco el FBI se hicieron responsables de esta anomalía, nunca se determinó cuál fue el obstáculo, ni quién lo determinó. Todo quedó en la irresponsabilidad del silencio administrativo.

El hombre del brazo de oro (The man with the Golden arm) (1949) está considerada una de sus mejores obras. Llevada al cine y dirigida por Otto Preminger (1955). A walk on the wild side (1956). En las dos novelas se trata la adicción a la morfina y la prostitución (respectivamente) de una forma compasiva, en una época en la que algo así era impensable. Algren decía: (…) “un escritor debe identificarse siempre con los objetos de su horror y su compasión”, también calificaba a su estilo literario como “reportaje emocional y lo apuntalaba con una inmensa e indispensable conexión con el resto de la raza humana”.


Simone de Beauvoir
Escritora, filósofa francesa, educada en la Universidad de la Sorbona. Simone de Beauvoir fue profesora de filosofía hasta 1943 en escuelas de diferentes lugares de Francia, como Ruan y Marsella. Durante la Segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana de París vivió en la ciudad tomada escribiendo su primera novela, La invitada(1943), donde explora los dilemas existencialistas de la libertad, la acción y la responsabilidad individual, temas que aborda igualmente en novelas posteriores como La sangre de los otros (1944), El Segundo Sexo (1949) y Los mandarines (1954), novela por la que recibió el Premio Gouncourt y que se considera, junto con el Segundo Sexo, las dos obras más importantes.

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