jueves, 2 de junio de 2011

MI ESPÍRITU FLOTA POR MURUROA (POLINESIA)



Esta es una pequeña historia de cómo mi espíritu se encuentra en la Polinesia francesa. Un rastro de mi vida, un vestigio inmaterial de mi existencia se encuentra allí para siempre. Pero como toda historia tiene un principio y éste se refiere a los primeros pasos que di en mi niñez, los cuales de alguna manera, me llevaron a esa parte maravillosa de la naturaleza que una parte de los científicos y su ciencia maligna la ha convertido en un lugar maldito.

Los recuerdos que tenemos de nuestra infancia son aquellos que nos han sido transmitidos por el entorno familiar y, de forma muy especial, por nuestra madre que es la que vive la cotidianidad y nuestra evolución cuando somos niños, así como todo aquello que hace referencia a nuestro aprendizaje. Es la madre la que va anotando los distintos logros y superaciones que nos son propias de la infancia. Esta pequeña historia va sobre estos recuerdos, los que mi madre, en forma de anécdota, me transmitió.  


Hay una aclaración previa para ubicar en su contexto la historia. Mi madre nació en Montevideo (Uruguay), fue un nacimiento por azar. Su padre Juan Bautista, un trotamundos nacido en Valencia había emigrado en busca de fortuna a tierras de Argelia. Se necesitaban colonos para trabajar en las tierras fértiles de aquella región en aquellos años colonia francesa considerada muy próspera. Pero lo que encontró más que fortuna fue el amor de una chica, nacida ya en Argelia y, por tanto francesa por nacimiento, pero española por parte de sus padres también valencianos que, como mi abuelo, hacía ya años que habían ido a esas tierras con la misma pretensión.

Mi abuelo se casó con María, la que sería mi abuela, en la población de L'Alma. Rápidamente vino al mundo su primera hija Rose y al cabo de un año, tengo que suponer que las ansias por conocer nuevos mundos bullían en su cabeza hasta que consiguió hacer las Américas. Digo bien hacer las Américas porque en pocos años conoció varios países de América del Sur, mientras buscaba el país definitivo en que asentarse. Allí donde residía rápidamente venía un nuevo heredero a ampliar la plantilla familiar. Así ocurrió en Montevideo con mi madre, en Córdoba (Argentina) con mi tía y culminó la plantilla familiar en Lima (Perú) con dos tíos que vinieron seguiditos. Es posible que el peso de la familia ya no debió permitir nuevas aventuras para descubrir otras repúblicas de Sudamérica. En Lima, seguramente las responsabilidades familiares debieron facilitar que se asentara definitivamente y, allí permaneció hasta el resto de sus días.

Mi padre otro trotamundos incansable, después de 20 años de dar la vuelta al mundo, viajando por toda Europa (Francia, Italia, Alemania, Países Bajos, Suecia)  y América (USA, México, Cuba, Venezuela, Argentina, Chile) finalmente recaló en Lima. Parece ser como si Lima tuviera algo especial en el que a los trotamundos hubiera un clima que los apaciguara y, empezaran a sentar cabeza. Lo cierto es que mi padre se casó con mi madre y se vinieron a Barcelona en viaje de novios para quedarse a residir definitivamente en la capital catalana.  

Mi madre recién llegada de América tenía el encargo materno de ir a visitar a la familia que vivía en Argel.  Cuando yo tenía un poco más de doce meses mi madre se dispuso a efectuar ese viaje a Argelia para conocer a su familia. Supongo que consideró que yo debía ir con ella por ser,  en la correspondencia familiar, el centro de todos los comentarios. Así que dispuso que fuéramos los dos.  Embarcamos en el puerto de Barcelona destino Argelia, en el buque 'Sidi-Mabrouk', a la llegada a Argel, capital, nos dirigimos a un pueblo muy cerca de la ciudad, llamado L'Alma, hoy en día, después de la independencia de Francia, se llama 'Boudouaou'.


Estuvimos dos meses en una casa de agricultores de parecidas condiciones en las que se vivían en los pueblos de Cataluña, casas que tenían su huerto con muchos árboles frutales, ahora puedo describirlo por las fotografías que tengo de esa estancia. Una sentado en una hamaca en medio de un caminito del huerto a la sombra de una higuera. Esas fotos y la del pasaporte que nos permitía trasladarnos a Argel, son los únicos recuerdos tangibles que tengo de mi estancia en Argelia. En la del pasaporte la foto de mi madre guapísima, jovencísima sosteniéndome a mí en brazos con la cara medio girada, supongo que como todo niño mi atención debería estar depositada en cualquier otra particularidad más atrayente que mirar las señales que, con toda seguridad, debía estar haciéndome el fotógrafo.
 
En la travesía de regreso a Barcelona, mi madre se mareó pasando un viaje endemoniado, pero a mí se me ocurrió dar por mí mismo los primeros pasos en el 'Sidi-Mabrouk'. Parece ser que la puerta del camarote no cerraba bien y se entreabría constantemente a cada golpe de mar.  Entonces yo gateaba salvando la puerta saliendo a pasear por cubierta andando como un cangrejo primerizo con el desespero lógico de mi madre que mareada tenía que perseguirme hasta alcanzarme. Tantas veces como la puerta se abrió yo salí a dar el paseo de rigor, esperando naturalmente que mi madre, una y otra vez, viniese a detenerme con el deleite por mi parte al haber descubierto uno de mis primeros juegos. Por tanto, la cubierta del Sidi-Mabrouk fue donde mis pies descalzos dejaron marcadas mis primeras pisadas en esa excelente madera de teca de Birmania.


El Sidi-Mabrouck fue un paquebote de 5.500 toneladas que hacía la ruta de Barcelona a Argel y que podía transportar a 181 pasajeros en las tres clases de pasaje. Este barco fue vendido a la marina francesa que, con el más estricto secreto de estado, lo trasladó junto con otros barcos a la Polinesia francesa, después de una larguísima travesía recaló en el paradisíaco atolón de Muroroa para ser sometido en 1993 a una de las pruebas nucleares francesas. El atolón está en el extremo sudeste del Archipiélago de Tuamotú. Un atolón es un anillo formado por un arrecife de coral que conforma una laguna cerrada, saliendo, a lo sumo, unos metros sobre el océano circundante.

Uno nunca llegó a imaginar que ese barco en el que dio sus primeros pasos el destino de ese fuera un destino tan horrible. No me gusta que mi espíritu que permaneció en ese barco durante tantos años, haya terminado sus días desintegrándose en la nada, dejando a ese paraíso de Mururoa de la Polinesia un rastro de contaminación y enfermedades para una población que recibió esas pruebas en secreto y con engaño. Mostrando a la población como símbolo de algo que transformaría la economía de una población necesitada de ayuda. Sólo recibió el estruendo más horroroso de un progreso maldito y, de un desarrollo construido sin ningún respeto y con la insana avaricia de la humanidad. Posiblemente algún resquicio de mis pisadas estén en forma de etérea ceniza depositada en un rincón de esa Polinesia que, un día ya muy lejano, fue uno de mis paraísos soñados.



Si alguien, algún día quiere recordar para bien mi persona, que traslade su pensamiento al paraíso de la Polinesia, allí mi espíritu flotará cercano a la isla de Tahití, allí me llevaron y allí permaneceré, seguro que mi espíritu de niño estará por allá, posiblemente estaré flotando en diminutas partículas imperceptibles bajo ese cielo azul intenso o adherido a la corteza de una palmera, o es posible que forme parte del caparazón de un cangrejo mutante y deforme, caminando con la misma inseguridad de cuando yo di los primeros pasos de niño,  pasos de cangrejo principiante subiendo por el tronco de una palmera hasta alcanzar sus frutos. Un fresco y riquísimo coco, abriéndolo con una técnica ancestral en la que, horadando uno de los tres puntos de germinación, son capaces de extraer con la pinza pequeña toda la sabrosa pulpa del coco. Ya no existe ningún habitante en Mururoa, el paraíso no existe todo es desolación, pero...  ¡Mi espíritu flotará por ese atolón como si aún fuera el paraíso de la Polinesia!
Lluís Busom i Femenia

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Varias fueron las campañas que realizó GREENPACE en contra de las pruebas nucleares en el atolón de Mururoa:


  
El Rainbow Warrior protagonizó el hecho más dramático de toda la historia de Greenpeace. En 1985, cuando se encontraba en Nueva Zelanda ultimando los preparativos para partir, una vez más, hacia la zona del Pacífico donde Francia realizaba sus ensayos nucleares, los servicios secretos franceses colocaron dos bombas en el casco y lo hundieron. El tripulante portugués Fernando Pereira murió en el atentado.

Un Tribunal Internacional condenó a Francia a pagar una indemnización a Greenpeace por el hundimiento del buque. Este dinero permitió a la organización adquirir un nuevo barco, bautizado Rainbow Warrior II, para continuar con las campañas de su predecesor, entre ellas, la oposición a las pruebas nucleares francesas en el Pacífico.

En 1995, como su predecesor, volvió al Pacífico para, en el décimo aniversario del hundimiento del Rainbow Warrior I, manifestarse en contra de las pruebas nucleares francesas. Precisamente en la fecha en que se conmemoraba este aniversario, el Rainbow Warrior II fue brutalmente asaltado por tropas francesas y finalmente terminó siendo apresado por estas al igual que el MV Greenpeace.