miércoles, 22 de febrero de 2012

EXPERIENCIAS EN EL MAR


El mar inmenso viene todo entero,
Ya parece tragarse el continente,
Aviva su corriente,
En eterno hervidero,
Choca, vuelve a chocar, ya sorbe el mundo,
Mayor que el primer golpe da el segundo.
[Fragmento: Oda al mar. Mariano Melgar]

EXPERIENCIAS EN EL MAR
Mi padre fue un gran narrador de historias por las cuales, cuando yo era niño, suspiraba por escucharlas. Durante los primeros treinta años, la vida que le tocó vivir, fue una constante aventura, salpicada de anécdotas y vivencias extraordinarias. El destino le llevó a marcharse de su casa a la edad de 15 años. No fue un acto únicamente de inconsciencia, era la consecuencia de una situación extrema, propiciada por un entorno hostil que la vida le impuso. Por sus circunstancias y su edad, depositó todas sus esperanzas en realizar su sueño, conocer el mundo y adquirir esos conocimientos que, hasta ese momento, le habían sido negados.

Con su nula o escasa mochila de conocimientos y aprendizajes, se fue a conocer el mundo y lo hizo de la forma más elemental y rudimentaria, cruzar los Pirineos a pie. Arribado al primer pueblo francés, Latour-de-Carol y, desde esta pequeña localidad, después de un buen almuerzo pagado con su trabajo, inició su periplo por el mundo en busca de su sueño. Conoció una treintena de países durante 22 años de trotamundos. Sus viajes le llevaron desde el Círculo Polar Ártico (Islandia) al Paralelo 40º Sur (Valparaíso, Chile) y desde el Meridiano 110º Oeste (México) al Meridiano 10º Este (Noruega).

Estos años le sirvieron para adquirir un pequeño bagaje de conocimientos que carecía: Cinco idiomas e infinidad de oficios. Interprete en hoteles en numerosos países y ciudades, empresario ocasional e imaginativo cuando percibía que sus conocimientos de otros países y culturas eran aplicables, en el nuevo país donde se encontraba, emprendiendo negocios que dieran un nuevo servicio que en este nuevo país nadie lo ofrecía. Marinero en seis travesías atlánticas con vivencias en el mar terribles, temporales, hundimiento de su buque por un submarino alemán, náufrago en alta mar. Dos viajes por el océano Atlántico y Pacífico pasando por el Canal de Panamá. De Nueva York/Cuba/Valparaíso y Baltimore/Cuba/Lima.

Conociendo a personajes relevantes como Neftalí Ricardo Reyes (Pablo Neruda), Salvador Allende Castro, (notario y abogado y padre de Salvador Allende Gossens), García Lorca, Antonio Machado, Paul Henry Spaak, etcétera.

En esta pequeña historia, me atengo a las palabras de Gabriel García Márquez:

“La vida no es lo que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

Mis primeros recuerdos de sus relatos era cuando yo era muy niño, tiempos en que por mi edad no me planteaba la infinidad de preguntas que ahora sí lo tuviera conmigo le haría. De niño pensaba que mi padre era un gran fabulador de historias en las que por alguna razón en todas sus narraciones él era el protagonista. Sí bien alguna de sus historias de pequeño me fascinaban, ahora después de muchos años de haberlo perdido, simplemente me aterran. Ahora es cuando tomo consciencia de la importancia de sus vivencias y, hasta de sus miedos, de tal forma que ahora,  no sólo me doy cuenta de la verdadera dimensión de sus innumerables peripecias, salpicadas más de una vez, en sucesos que rozaron la tragedia, sino que al entender como las vivió y padeció, me pertenecen en su total magnitud.


Sus historias sobre su experiencia en el mar, eran más una reflexión en voz alta que el hilo bien construido de una historia:

El concepto de miedo es definido como la perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario, pero el miedo a la mar cuando no lo conoces es un miedo atenuado por el desconocimiento que tienes de él, quizá lo que más te sobrecoge es su inmensidad. Pero el verdadero miedo es cuando lo conoces y conocerlo requiere tiempo, pero es algo que no está al alcance de todo el mundo. Puede pasar que cuando cruzas por primera vez el océano tengas una mala experiencia y que tu cuerpo y tu mente no tenga aún la dimensión del gigante que está contigo, superar la desproporción que existe entre tu persona y el mar, es una cuestión de aprendizaje y de suerte. Una vez tu trabajo está en el mar y sí te da el tiempo suficiente para darte cuenta de su grandeza, es posible llegar a convivir con él y aceptarlo.


Cuando un día vienen mal dadas y sí has tenido el tiempo necesario para prepararte, es más fácil afrontarlo. La fuerza del mar es un espectáculo brutal. Todos tenemos en algún momento miedo al mar, pero te sobrepones, no tienes más remedio que afrontarlo. A mí me gustó navegar, pero no me gustaron los temporales; pero cuando vinieron, los tuve que afrontar. El mar es inmenso y he estado en muchas travesías por el océano de semanas enteras, sin ningún rastro de vida humana que no sean los propios compañeros y la oficialidad que comparten contigo los días de navegación y cuando divisas otro barco cercano al tuyo, un sentimiento de alegría te invade. Es muy reconfortante, te sientes solidario con la raza humana, quieres expresar tu júbilo compartiendo tu alegría.


El mar es relajante cuando está en calma y el sol y la brisa del mar baña tu cara. Es el tiempo amable y placentero de una travesía, pero ese mismo mar, ese océano se convierte en un monstruo que ataca casi avisar, sin que a veces, nadie pueda imaginar que dentro de cinco minutos se va a desatar el fin del mundo. Ese mar placentero de aguas tranquilas repentinamente se oscurece, las olas se encrespan y, el aparente ascensor de las olas, te llevan a diez pisos abajo en la que tu única visión es el oscuro verde gris del mar, o veinte pisos arriba, en la que te das cuenta que estás montado en una cucaña con el mar a tus pies. las aguas se repliegan para embestirte sin descanso ni piedad con los atributos del Apocalipsis. Conocer el mar en estas circunstancias es cuando entiendes, ingenuamente, que defender tu vida depende de ti y de tu esfuerzo por mantenerte asido a alguna parte del cascarón de tu barco...


Me entusiasmaba escuchar y conocer esas experiencias que él con grandes dotes narrativas las convertía en auténticas aventuras episódicas.


Otra curiosidad explicada por él era el gigantesco remolino de las corrientes, ubicado en la parte nororiental del Atlántico, cuyos bordes se extienden desde el archipiélago de las Azores hasta las Antillas, es una zona extensísima de calmas y vientos variables muy difícil para la navegación. La mayor parte de esa elipse es la que forma el Mar de los Sargazos, inmenso prado de algas que flotan en los mares cálidos con una extensión semejante a la que ocupa Europa. Estas plantas no miden más allá de medio metro de altura y, por lo general, no son obstáculo para la navegación de los grandes buques.


El sargazo es un tipo de algas que suelen crecer adheridas a las rocas cercanas a la costa, pero se ha adaptado por completo a la vida pelágica. Es un alga que forma conjuntos enmarañados, que se mantienen a flote en la capa superior del océano por medio de vejigas llenas de gas, esas vejigas tienen un aspecto parecido a los racimos de uvas. Dos factores le permiten permanecer en alta mar y reproducirse: las corrientes lentas que circulan alrededor del Mar de los Sargazos mantienen dentro de éste la mayor parte de las algas y además el sargazo se reproduce por fragmentación, lo mismo que algunas enredaderas, cada pequeño fragmento que se desprende puede dar lugar a una planta completa.

Las fuerzas de rotación de las corrientes circundantes hacen que el nivel en el centro del mar de los Sargazos sea casi un metro más alto que el de las aguas del Atlántico que lo rodean. Este acorralamiento da como resultado un sistema de aguas superficiales relativamente cálidas que gira lentamente, en el sentido de las agujas del reloj, sobre las aguas profundas del océano, mucho más frías y densas.

Hace tres o cuatro siglos cuando españoles y portugueses cruzaban el Atlántico para dirigirse a América con frecuencia sus barcos, por el escaso calado, se veían frenados por estas algas, e incluso llegaban a quedar atascados en ellas.


A mi padre esta extensión inmensa de algas le causó una profunda impresión, a él le pareció una rareza que no sabía explicarse:

La primera vez que lo crucé me pareció cosa de brujas. Es como si tuvieras una extensa pradera de algas que no se termina donde alcanza la vista, algo surrealista, nunca me gustó pasar por el mar de los Sargazos, me parecía horrible, tiene una inquietante fama de naufragios y desapariciones y, eso que lo tuve que atravesar tres veces de las seis que crucé el Atlántico, pero nunca me gustó.

En realidad constituyen la base de un ecosistema cerrado, que depende de la productividad primaria de estas plantas. Hay toda una serie de organismos sedentarios que viven adheridos a la superficie rugosa de las algas: algas más pequeñas que son como una especie de coral blando.
Lluís Busom i Femenia





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