Preámbulo
necesario.
Mario Vargas Llosa escribió un libro
titulado “La verdad de las mentiras” en el que reunió varios ensayos y relatos
de diferentes autores argumentando el componente de ficción que existe en la
literatura; aseverando además, que las novelas y los relatos no cuentan la
vida de los personajes, sino que se alteran, se transforman y les añaden los sueños, inquietudes y tergiversaciones —y yo añado— las maldades que surgen de la imaginación del
narrador. Este preámbulo me sirve como justificación de que mi relato toma esa
deriva en que lo imaginado juega a poner en boca de los personajes verdades que
parecen mentiras y, es posible que más de una mentira bordee la verosimilitud.
Este escrito
realizado a principios del año 2014, los personajes ocultos que comparten estas
vivencias en la piel de Nelson y Simone no pudieron quedar reflejadas con los
nombres de las personas que compartimos esa iniciativa por respeto a un secreto
que mantuvimos una persona amiga y el que escribe. Ahora, después de ocho meses
de la muerte de Josefina y, como consecuencia de haberse vulnerado la correspondencia secreta por su entorno familiar; ha quedado la íntima correspondencia amorosa mantenida entre
ambos, descubierta, leída y sabida por quién debía ignorarlo; esa circunstancia me lleva a la conclusión que ya nada me impide descubrir que el escrito titulado: —Nelson Algren
& Simone de Beauvoir; el Cosmos ficticio—, esconde una historia compartida
con Josefina y quien escribe ese escrito.
Es un retazo más de nuestras vidas enmascaradas en estos personajes. Ficción y realidad se entrelazan fuertemente, como si se tratara del realismo mágico en que, expresamente todo se confunde. Queríamos ser esos personajes, para poner con toda vehemencia nuestra piel más íntima, nuestra desnudez soñada, en los cuerpos de Nelson y Simone. Todo como si fuera el realismo mágico que comparte características con el realismo épico, con la pretensión de dar verosimilitud a lo fantástico e irreal, como elementos próximos y deseados percibidos por las personas que escriben esta historia como parte de su normalidad.
Es un retazo más de nuestras vidas enmascaradas en estos personajes. Ficción y realidad se entrelazan fuertemente, como si se tratara del realismo mágico en que, expresamente todo se confunde. Queríamos ser esos personajes, para poner con toda vehemencia nuestra piel más íntima, nuestra desnudez soñada, en los cuerpos de Nelson y Simone. Todo como si fuera el realismo mágico que comparte características con el realismo épico, con la pretensión de dar verosimilitud a lo fantástico e irreal, como elementos próximos y deseados percibidos por las personas que escriben esta historia como parte de su normalidad.
Paseaba por la Vía Augusta
de Barcelona, era una mañana de otoño espléndidamente soleada. Mi
mente estaba muy lejos del camino andado por mis pies, mi cabeza, estaba
abstraída construyendo —como hago con demasiada frecuencia—, una de mis
posibles historias o escritos para mi blog.
De improviso una sensación
hizo que reparara más allá de mis pensamientos. En ese instante percibí el
penetrante perfume de mujer, fue como una señal de aviso, como si ese perfume
reclamase insistentemente mi atención. Por fin descubrí su procedencia, ese
perfume acompañaba a una elegante mujer que, a pocos pasos detrás de mí,
caminaba en la misma dirección, reconocí rápidamente ese perfume, era Belle d'Opium, de YSL. En el mismo instante en que nos cruzamos sonó
el teléfono de su móvil. Se detuvo un momento y atendió la llamada a unos
veinte pasos delante de mí. Yo me acerqué lentamente y me detuve a dos metros
de ella para observar con detenimiento a esa atractiva mujer. No sé por qué me
llamó la atención su pelo rubio, una cabellera que yo consideré sensual, posiblemente pensé en la frase de Alfred
Hitchcock: “El pelo largo y rubio en una mujer
es como la noche estrellada, es un pequeño
universo ordenado, perfecto y erótico que provoca un estímulo irrefrenable que
acompañan al más sublime de los deseos”.
Dio unos pasos mientras
hablaba por el móvil hasta que se detuvo delante del escaparate de una galería
de arte. Yo también me detuve muy cerca de ella, contemplando el escaparate
saqué mi móvil y mandé un WhatsApp, fue la excusa que se me ocurrió para estar
unos minutos a su lado sin que se notara un descaro desmedido.
Mientras ella hablaba me
sonrió abiertamente y a su sonrisa se unió la mía, la mirada de mis ojos
debieron expresar más cosas de las que yo estaba dispuesto a que ella notara;
por su lenguaje corporal intuí que ella debió percibir bastante más de lo que
yo quise expresar. Sin ningún disimulo me regaló una risa franca que iluminó su
cara; un parpadeo estudiado de aceptación me dio alas para abordarla. Ella cerró el móvil
y yo también.
—Perdona que te
aborde con mis palabras, pero llevas un perfume irresistible, hueles
profundamente a mujer, tu perfume es tan femenino que es como una llamada
cautivante y solidaria a tanta belleza expuesta.
—¡Cuántas palabras
para describir el perfume de una mujer! Gracias, eres muy amable. Me gusta el arte, me
gusta la pintura y estos cuadros de desnudos masculinos son muy atractivos.
¿Te gusta la pintura?
—Sí
me gusta la pintura, siempre he sido sensible al arte, me entusiasma poder
contemplar la belleza de una pintura cuando esa consigue transmitirme la
emoción de contemplarla. Y esos cuadros expuestos tienen mucha calidad.
—Es verdad, son
excelentes. Coincidimos plenamente, me encanta la pintura y me subyuga la
escultura.
—¿Quieres que
entremos y veamos con tranquilidad la exposición?
—Oh sí, me
encantaría visitarla y disfrutar de tu compañía contemplando esos soberbios
cuadros. ¿Por favor dime cómo te llamas?
—Me llamo Nelson y
¿tú?
—La verdad es que tengo varios nombres
dependiendo del entorno en que me muevo. En concreto, me llamo Francisca, Josephine, Delacroix, Ernestine y Simone, pero ya hace años he adoptado sólo uno: Simone. Hay una razón, me
siento completamente identificada con Simone de Beauvoir, es mi espejo y mi
referente como mujer.
—Perdona mi primera
osadía. ¿Una mujer tan guapa como tú tiene pareja? ¿Estás casada o tienes
amante?
—¿Osadía
primera? ¡¿Es que habrá más…?! Bueno intuyo que eres un hombre osado y no me
disgusta. Te voy a contestar eso de tener amante, aunque tampoco has
precisado si mi amante es hombre o mujer… (Risas). Sí estoy casada, tengo un amante y soy argentina. ¿Y tú
Nelson, estás casado o vives con alguien? ¿Eres español?
—Estoy separado y no tengo pareja. Sí, soy español, soy de Barcelona, soy catalán y voy a ser tu amante.
Abrí la puerta de la galería de arte e invité a Simone a
entrar. En la exposición hay varias salas con cuadros de tamaño
importante, todas con desnudos masculinos. Una treintena de pinturas al óleo y
algunas acuarelas, bocetos de los cuadros, muy bien realizados.
—Nelson. ¡Estas
pinturas son formidables! Los encuadres, las posturas de los modelos desnudos
son espectacularmente provocativos. Me encanta la belleza que transmite el
cuerpo humano. El de los hombres me subyuga.
—Sin duda, Simone,
las proporciones del cuerpo humano son admirables; imagino que el pintor ha
querido resaltar las posturas de los modelos masculinos, dándoles con el
volumen de la luz un resalte difícil de no reparar en los genitales. La luz le
da un toque de casi total provocación, llaman la atención sus generosos
atributos sexuales. ¿Te gusta la desnudez del hombre?
—El
desnudo masculino me provoca, es fascinante y reconozco que, como mujer no
estoy liberada de la atracción inconsciente que me provoca el sexo
opuesto; si bien las formas pintadas en estos cuadros responden a un canon de
proporciones humanas perfectas que, de por sí, son bellas y admirables. Me
gustan los desnudos en el arte y, voy a sincerarme, de forma inconsciente hay
mecanismos que la libido hace que no pueda controlar. Posiblemente estos mecanismos
de respuesta obedecen a múltiples situaciones vitales con las que la persona se
encuentra, no es que lo haya analizado, pero es así, más de una vez me sucede.
—Me encanta Simone
que la conversación sea tan distendida y que, el atrevimiento de haberte
abordado no te cause ninguna prevención. Ahora que ya nos conocemos un poco más
quiero decirte que eres una mujer muy atractiva, estar a tu lado, compartir ese
tiempo con tu persona me parece un auténtico regalo; no sé si la providencia o
el destino nos ha preparado ese amable encuentro. Por favor dame tus manos,
quiero tocar tu piel, quiero apreciar el calor que transmites, quiero tenerte
más allá de tu perfume y por primera vez, valorar el contacto de tus manos. ¿Te
importa?
—¿Es esta la
segunda osadía? ¿Quieres mis manos… como primer contacto?
—Exactamente, esa
pequeña osadía es la que nos permitirá saber sí mis próximos atrevimientos
serán admitidos y deseados!
Simone extendió sus manos y las recogí de forma que quedaran
abrazadas suavemente por las mías. Las estreché con delicadeza y tiré de
ellas hasta que su cuerpo estuvo tan cerca del mío que nuestras caras se
juntaron y, con un hilo de voz le dije al oído:
—Sin
duda Simone, en las manos se concentra mucha energía de nuestros cuerpos,
sobretodo en este momento en que no sólo la piel está en contacto, sino que
nuestra atención está en total alerta; el tono de voz, las palabras dichas al
oído tienen el valor de una caricia, las manos nos acompañan a ser mayor
receptores, en definitiva a saber sí ambos deseamos lo mismo, sí a nuestras
manos se une la energía de dos seres que se dan cuenta, quizá por primera vez,
que nos necesitamos…
—No sé
qué responderte dentro de una ilación lógica, pero te lo diré con palabras de
mujer que, con toda seguridad, son las mías: me gusta lo que nace de ti, me
gusta la letra y la música, me gusta tu acercamiento, tu forma de palpar, tus
palabras las has convertido en puras caricias —presagio de un devenir
excitante— me siento necesitada de tus palabras… Por favor Nelson vayamos
aquel rincón y sentémonos. Quiero mirarte a los ojos en profundidad...
Nos sentamos en el sofá junto a una gran escultura que separaba a
otra sala de exposición oculta por una cortina. Tomando mis manos dijo:
—¿Qué nos está
pasando? ¡¿Qué demonios nos está ocurriendo?!
—No lo sé a ciencia
cierta, me ocurre como a ti, no sé lo que nos está pasando, pero tengo la
sensación de que te conozco de toda la vida, no me eres extraña para nada, casi
podría adivinar donde tienes esa peca en tu cuerpo que pocos han visto…
—¡¿Dios mío, cómo
sabes lo de mi peca?!
—No lo
sé Simone, tampoco sé porque se me ha ocurrido decírtelo. Te propongo que
pasemos a esta sala contigua.
Dimos unos cuantos pasos, abrimos la cortina y nos
encontramos en un gran salón. Era un espacio irregular, sólo se exponía un
cuadro de gran formato, sujeto por dos caballetes laterales que lo mantenían en
pie. Nadie más que nosotros en la sala, el silencio era absoluto. A medida que
nos acercábamos nos pareció un cuadro impresionista, se apreciaba una gran
avenida llena de gente y tiendas. Fuimos descubriendo que se trataba de les
Champs-Élysées, de París; al fondo l’Arc de Triomphe, en la Place de l’Etoile,
es un cuadro post impresionista del Siglo pasado, bastante conocido, pintado
por el francés Edouard Leon Cortés, llamado en su época como “Le Poete Parisien
de la Peinture”
—¡Nelson,
mi París, oh París! ¡Es mi ciudad, la considero mía! El tiempo que he
vivido en ella he sido tan feliz, tanto que la consideraré de por vida mi
ciudad. Durante el tiempo que he vivido en ella, he sido inmensamente feliz,
nunca me arrepentiré de haber transgredido todo lo que la
sociedad prohíbe y no tolera, una sociedad que prefiere
la hipocresía a la autenticidad.
—¡Vaya
entusiasmo! Qué despliegue de motivos contundentes para explicar lo dichosa que
has sido viviendo en París. Interpreto que los tiempos vividos fueron de plena
libertad. ¿Lo fueron de verdad Simone?
—¡Sí,
sí, sí, Nelson! Fueron, extraordinariamente felices, divinos. ¡Quiero tocar esa
pintura! ¡Ven Nelson estréchame las manos! Dame esa mano que me contagia
positivamente. Tus vibraciones hacen que te sienta en mi interior. ¿No percibes
al igual que yo la necesidad de penetrar en el cuadro? ¡Quiero entrar en el
cuadro, Nelson! ¡Quiero volver a mí París!
—Sí Simone,
ahora estoy decidido a ir contigo,
quiero vivir contigo, demos el paso, adentrémonos en la pintura. ¡Volvamos a
nuestro París!
Simone y Nelson asidos de la mano traspasaron el
cuadro, la pintura se tragó a los dos seres como tantas veces hemos visto en
las películas de ficción que los cuerpos de forma dúctil y mórbida se moldean
traspasando la tela del cuadro de forma natural, algo que en apariencia es
imposible atravesar. Una transmutación de los cuerpos, una metamorfosis inexplicable
les ha permitido adentrarse en el París soñado.
—Sin duda Simone
haber atravesado ese cuadro tiene muchos significados; supongo que los
psicoanalistas podrían darnos un razonamiento aceptable, pero esencialmente se
me ocurre uno: el gran deseo que tenemos de estar juntos, de olvidarnos de
nuestros entornos y de regenerar nuestra existencia para poder reconducirla con
la única finalidad de revivir un tiempo perdido, de algo que ha estado dentro
de nosotros mucho tiempo y que, en este momento, nuestro encuentro casual
—¿Casual?— digamos que no ha sido tan casual el que ha propiciado que demos
este paso. Quizá la influencia que recibimos de los personajes con los que nos
identificamos sea la verdadera respuesta de que ahora, en ese momento, cogidos
de la mano nos encontremos en pleno Champs-Élysées.
—¡Oh París, mi
París! Amo a esa ciudad, en ella encontré mi libertad, donde me sentí
verdaderamente mujer. París me ha hecho vivir a plenitud; mi meta ha sido
llenarme de vida a cada instante y, cada instante, es presente. He ideado un
paraíso que únicamente es presente y, de él tomo los frutos que me apetecen. Se
me agolpan imágenes que tenía olvidadas, es como si una espesa niebla fuera
disipándose, en el que recuerdos e imágenes presionan por aparecer ante mí.
¡Amado Nelson! Te miro y me maravillo de tenerte a mi lado. Tienes un atractivo
irresistible difícil de no sucumbir a tus encantos, los frutos que cuelgan de
tus ramas causan en mí una atracción irresistible. ¡Deseo aproximarme a ti como
nunca lo hice!
—No sé
con certeza quién eres, sí la mujer que acabo de conocer, a Simone, o al
traspasar el cuadro, me encuentro en París asido de la mano de mi antigua
amante. Estas palabras, las que terminas de decir, que soy como un árbol de
cuyas ramas cuelgan frutos apetecibles, me recuerda… sí, ahora ya sé quién
eres, eres mi amor, mi amante, mi Simone de Beauvoir. Yo también empiezo a
recordar. Sea lo que sea quiero compartir esa aventura contigo.
¡Quiero vivirte y amarte! ¡No salir de ese París mágico jamás!
—Así es Nelson
Algren, yo también creo que hemos traspasado la materia, estamos un una nueva
dimensión, sólo nuestro espíritu permanece, hemos dejado atrás un mundo
consolidado por otro nuevo y esperanzado. Ahora sí reconozco que he cambiado,
ya soy quién siempre he querido ser, soy tu amante Algren, soy Simone de
Beauvoir! Cuántas cosas tenemos que decirnos, cuántas palabras para deshacer
equívocos, ahora tenemos la oportunidad de reconciliarnos, de ser esos amantes
sin freno, ni límite.
—Querida
y amada Simone, cuánta gente, adoro ese ambiente característico de los
Champs-Élysées, mira detrás, allí en la plaza de la Concordia. ¡Que perspectiva
más fantástica!
—Cuánta belleza tiene ese paseo, me encanta que
hayamos tomado esa decisión. París, mi París! No olvides que les
Champs-Élysées son el equivalente a poder entrar en el reino de los cielos. Yo
siempre he estimado las esculturas de la Plaza de la Concordia, las réplicas de
los Caballos de Marly, me siento representada por ellos, son unos caballos
salvajes en las que el domador retiene con sus bridas evitando que se
desboquen. Siempre he considerado que necesito de un hombre como tú, de un
para-freno para no desbocarme… ¡Aunque transgredir es tan hermoso!
—Sólo hemos de cruzar el Paseo y a pocos metros
tenemos nuestro hotel; el Marriott Champs-Élysées.
Déjame entrar en
esta tienda quiero comprar un neceser con utensilios de higiene para los dos.
¡Oh, qué belleza Nelson! ¡Quiero uno de esos negligés del escaparate!
Salieron de la gran tienda con dos pequeñas
maletas y un neceser, habían hecho acopio de cuánto en apariencia necesitaban,
era la forma de entrar en el hotel con la normalidad de ser unos turistas que
pasan completamente desapercibidos. Entraron en el hotel Marriott; acomodaron
el contenido de las maletas y bajaron al bar del hotel para tomarse esos whisky
que se habían prometido. A ambos, les gusta beber y el whisky es su bebida
favorita. Así lo hicieron y mientras cómodamente sentados pidieron dos whisky
Vintage Balblair 1975, un whisky de malta excepcional. Mientras saboreaban el
whisky Nelson tomó la mano a Simone y le besó la palma, se entretuvo
besándosela, pasó sus labios entre sus dedos y mirando a sus ojos balbuceó unas
cuantas palabras y con voz profunda le dijo:
—Me doy cuenta
Simone de que llevas mi anillo, no sabía que después de nuestro rompimiento,
ese anillo no lo hubieras tirado por la ventana. Siempre pensé que mi poema
dedicado a ti y a Jean-Paul Sartre, “Abelardo & Eloísa”, había destruido
todo lo que nos dimos.
—Jamás me he
quitado tu anillo, siempre lo he llevado, incluso acostada con todos las personas que me han amado, nunca me
lo quité. Nelson, ahora tenemos la ocasión de disculparnos por las palabras que
se convirtieron en escritos que nacieron provocados por los celos —en eso los
dos somos culpables— quiero que me digas porque fuiste tan cruel con ese poema
que nos dedicaste a mí y a Jean-Paul, sin duda, algo extraño en ti después de
tanto amor que nos supimos dar.
—Tienes razón, fue
un poema de despecho, os traté a los dos despreciativamente buscando la
similitud de vuestros amores con los de Abelardo y Eloísa. Así lo titulé, pero
fue mi rabia y mi despecho el que me hizo tratarte —en público— de prostituta.
Os comparé con ellos porque en aquel momento no te perdonaba que amándome no
rompieras con Jean-Paul; eso me llenó de ira, pero fue la que supo cargar mis
palabras con el rencor del amante frustrado. Debiéramos intentar obviar los
recuerdos que nos traen crueldades, intentemos saber de nosotros pero con la
curiosidad de dos personas que se aman y que, por la ausencia que hemos
sufrido, necesitamos saber la verdad de nosotros en esos tiempos en que no
pudimos compartirnos. ¿Continuamos la conversación en la habitación y nos
llevamos la botella de whisky?
—Perfecto, Nelson,
nos pondremos cómodos y hablaremos de sexo… ¿Te parece oportuno?
—Eres genial
Simone. ¡Hablaremos de sexo mientras hacemos el amor!
Llegaron a su habitación, cerraron la puerta y se
miraron a los ojos y empezaron a reírse a carcajadas. Estaban felices, esa
puerta cerrada y el cartel puesto en la puerta de “No molesten” hizo que se
desataran las risas que presagiaban la tormenta amorosa sin límites que ambos
esperaban. Se habían deseado tanto, que el nerviosismo hizo mella en sus
conductas.
—No
quiero que te pongas el negligé, quiero tu piel, quiero tu espléndida desnudez,
la que he soñado durante tantos años, cuántas veces en mis sueños eróticos has
estado conmigo, cuántas my bratty bitch. ¿Quieres que te ponga un buen trago de
whisky con hielo?
—¡Si por favor!
Necesito ese trago de ese excelente whisky. Cuando me vista para ti lo haré sin
el negligé, ahora quiero sentarme en la cama junto a ti y mientras hablamos
déjame ser como soy, coqueta, juguetona y descarada; ya sabes que mis manos son
pura picardía, me encanta tocarte y ponerte nervioso, excitarte… ahora es el
momento de poder explicarte la parte oculta de la luna. ¡Adelante, amor, con
tus preguntas!
—De
acuerdo Simone. Siempre he querido saber cómo nació en ti el
deseo de acostarte con una mujer, sé de las mujeres que has amado, pero algo debió despertar esa necesidad.
Dime, cómo
nació en ti el deseo por una mujer, se ha hablado mucho sobre tus jovencitas
alumnas… ¿Pero cuándo despertó en ti el deseo por una mujer?
—Así es Nelson. La primera atracción
por una mujer fue cuando descubrí la obra de Gustave Courbet. Los desnudos de
sus pinturas fueron la causa. Me maravilló el realismo imperante de las
pinturas de Courbet, la sensualidad de sus mujeres, la lascivia reflejada en
sus rostros, todo un mundo fascinante de los sentidos, —del atractivo por la
piel— me atrapó completamente, quería ser una de esas damas tendidas junto al
río acariciándome con otra mujer; sentí por primera vez esa necesidad sexual
que sus pinturas me transmitían, me fascinaba la sinuosidad de sus cuerpos, los
deseé por primera vez como mujer…
Sentí en mi interior
y en mi mente la incitación más extrema. Admiraba sus cuerpos y su piel. Me
atrajeron sus cuerpos, nació en mí la necesidad de amar a una mujer, al igual
que lo habían hecho las modelos de su obra “Le Sommeil”, abrazadas absortas por
su propia voluptuosidad; si bien ese mundo lésbico despertaba mi interés, más
podía —imaginando la escena como en una película— excitarme sexualmente el
hecho de que, podía tocarme y acariciarme con una mujer y hacerlo delante de un
hombre como lo hacían ellas delante del pintor —la excitación por la observación del hombre era contundente— ahí nació el placer para que mi desnudez fuese observada imaginando estar desnuda delante del pintor Gustave Courbet. Pero ahora, en este momento
sublime, te tengo a ti, tú me pintas con tus palabras-caricias cada
uno de los movimientos que me llevan a darte toda mi esencia de mujer, son tus
manos pinceles perdidos en mi vello púbico, es tu lengua la mejor de las
paletas mezcladoras de colores y tu saliva el óleo que da el final feliz, el único final feliz que existe sobre la tierra: el orgasmo, mi orgasmo es mi
dedicatoria de amor para ti barbudo degenerado.
—¡Amada Simone! No
quiero que reconduzcas tu vida, te quiero tal cual eres, te quiero desbocada
sin límites, te quiero con la sensualidad desvergonzada, eres ma petite
pute
gâtée, quiero tu desnudez desenfrenada pidiéndome a gritos que te ame, te
quiero como Simone de Beauvoir, extrovertida, promiscua y si hace falta
desvergonzadamente compartida. No quiero imposturas ni falsos comportamientos,
necesito que seas —en todos los sentidos imaginables— más mujer que nunca,
quiero vivirte tal como te he soñado.
—¿Me quieres promiscua? Lo soy, amado Nelson. Tú
me diste el momento mágico para apreciar con todo mi ser la morbosidad del
sexo. Cuando hice el amor con aquel joven camarero de Chicago delante de ti,
experimenté un placer jamás sentido en otras parecidas ocasiones. En aquel
momento me sentí tu hembra; estar amando a otro hombre mientras tu mirada se derretía
gozándome, fue el mecanismo que hizo sentirme tu deseada esclava. Aquel día —por
primera vez en mi vida— disfruté de verdad sintiéndome observada por un hombre;
tú lo conseguiste Nelson. Noté tu deseo como crecía a cada beso, a cada
movimiento de mis caderas y, en ese momento, fuiste mío mientras me entregaba
al varonil cuerpo del camarero. En aquel instante en que me abandonaba supe que
eras mi hombre deseado y yo tu esclava sumisa.
—¡Sé que fue así, fuiste la mejor! Porque después
hicimos el amor como nunca, me lo diste todo sin pedírtelo, fuimos cómplices
hasta el límite, tú fuiste la hembra que siempre había deseado!
—¡Mi hombre grandote! ¡Mi marido sin papeles! Eres
mi amante completo! Yo por ti lo abandoné todo, yo me fui a vivir
contigo cuando estabas sin dinero. Ahora estamos en París, esencia de mi vida,
donde he amado, donde he gozado intensamente. La intimidad con Jean-Paul hizo sentirme mujer
por convicción; de ahí mi frase que define y se ajusta a esa filosofía: ”No se
nace mujer, se llega a serlo”. Desde ese día soy mujer las 24 horas del día,
pienso y siento como mujer por convencimiento.
[1] Foto de Art Shay
Mientras Nelson hablaba, Simone conectó la música
ambiente de la habitación y, al compás de una melodía se desnudó
provocativamente. La mente de Simone se llenó de excitación, se sentía pequeña,
dominada, era la sensación que siempre había experimentado, sexualmente siempre
se sintió su esclava. Amaba a Nelson, lo amaba pero por encima de todo le
deseaba, siempre fue su mejor amante, nadie como él supo hacerle vibrar y
tensar el arco del éxtasis hasta que éste se desbordara, únicamente Nelson era
capaz de transportarla al mundo del auténtico placer.
Simone estuvo coqueteando desabrochándose su
blusa, la dejó entreabierta, deslizando el cierre de su falda para dejarla caer
en el suelo. Simone se sacó la ropa
interior dejando tan sólo sus medias y los zapatos y empezó a desabotonar la
camisa de Nelson, con dos tirones sacó la camisa dejándole el torso desnudo;
sus manos y su boca iniciaron un sensual viaje por el pecho de Nelson. Simone
besaba y lamía la piel de su pecho, en el más estricto y penetrante silencio
que produce el desespero sensual de las caricias. Se había iniciado el viaje a
la absorbente estimulación emocional.
—Nelson, cariño, hombre deseado, me vuelve loca
mirarte así, entregándome a ti como
tu sumisa
esclava. Para ti, todo es poco, desde mi
desnudez te ofrezco unas ansiadas briznas de amor recién cortadas; mi boca será
el racimo de caricias entregadas sin límite. Hebras de saliva repletas de
caricias, sutiles filamentos llenos de ternura, regalo de mi boca para que te sientas querido, amado y
muy deseado… ¡Quiero que me goces!
Eros y Psique habían hecho acto de presencia. Las manos de Simone
empezaron a palpar el cuerpo de su hombre por encima de sus ropas; sugerencia
de que se quitara la ropa. La invitación fue obedecida por Nelson. Los cuerpos
de ambos quedaron desnudos. Los brazos de Nelson rodearon el cuerpo de su
amante; desgranó una espiga de besos que cubrieron los pechos de ella. Se
abrazaron con un beso eterno, precursor de la incursión a la más primitiva de
las necesidades humanas. Simone se adueñó de la piel de su hombre, beso su
sexo con apasionamiento, con desespero de hembra. Nelson se abandonó mientras
las caricias de Simone se adueñaron de su sexo; la profundidad de sus caricias
le hizo sentir en su boca un intenso aleteo de mariposas.
—¡Muero por ti,
amada Simone! Me gusta contemplar tu desnudez, me gusta el descaro de tus caricias,
de tu cuerpo, de tus ansias por ser amada, estás tan atractiva, eres tan
apetecible que te lo diré en palabras de Yves Saint Laurent: "No hay nada más hermoso que un cuerpo desnudo. Las prendas
más hermosas que pueden vestir a una mujer son
los brazos del hombre que ama". Por tanto amada
Simone tu cuerpo no necesita ningún negligé, tu piel es el mejor atractivo.
Nelson me abrazó y me
tendió en la cama y pensé lo encantador que era estar desnuda
frente a mi hombre, me sentía impaciente, temblorosa de sentir su piel, de
pensar que dentro de unos instantes sería la mujer más dichosa de París. Miraba
su cuerpo y sentía el mismo desespero —después de tantos años—
de mujer, para entregarme a sus caricias, para ser amada. Su boca jugueteó
con mis senos, me acarició largamente, acaricié su cabeza, jugueteé con mis
dedos entre su pelo; luego se arrastró delicadamente sobre mi vientre, me besó, me lamió largamente y continuó
jugueteando con mi cuerpo dándome sus sabrosas caricias donde él sabe que muero
por vivirlas.
Nelson sujetó mis tobillos y lentamente hizo
deslizar mis piernas hasta que mis pies quedaron a los extremos de la cama
—esperaba ese momento— en plena locura de deseo y me abandoné por completo. Me
estremecí, sintiéndome más mujer que nunca. Me acarició las piernas, poniendo
las palmas por debajo de mis pantorrillas, sus caricias fueron ascendiendo con
suavidad y lentitud estudiada. Las palmas de sus manos acariciaron por detrás
mis muslos, estaba temblando. Su boca se acercó a mi muslo y noté su
respiración suavemente agitada, el primer beso sobre mi cuerpo hizo que mi piel
se erizara. ¡Estaba nerviosamente indefensa! Su boca se adueñó de mi piel, sus
besos y su lengua marcaron el terreno por donde se iban a prodigar las
caricias.
—Simone, quiero tu
cuerpo bendito, lo quiero como ese cuadro que tanto veneramos; entregada y dispuesta como el cuadro "El origen del mundo" de Gustave Courbet ahora amor mío quiero mostrarte mi locura apasionada,
mi desespero por hacerte dichosa, sé que sin decírmelo abiertamente, lo
imploras, lo deseas y yo más que tú.
—Nelson, mi gaturro
amado, cuando rastreando la obra de Courbet, tuve noticias del Origine du
monde, no me detuve hasta encontrarla, hasta conocer el más mínimo detalle que
me hablara de ese pubis generoso; nuevamente no era ese sexo femenino el que me
atraía, era la mirada del pintor, esa mirada desprejuiciada, que la encuentro
en ti, mi amor moebius, mi amor sin fin, me siento poseída con tu mirada
que examina cada poro y cada parte de mi vulva, nombrándola como si de flores
exóticas se tratara, poniéndola en valor y reivindicando su estatus, sentir tus
ojos analizando en detalle mi sexo me conmueve, me halaga, me hace valorar la
maravillosa diferencia que nos identifica a cada uno con su sexo.
Amor, degenerado mío, no es exagerado brindarle importancia a nuestros genitales, es injusto desear tanto nuestras partes íntimas y no atreverse a mirarlas con detenimiento y veneración. Afortunadamente nosotros no tememos brindarles todo tipo de caricias, con nuestros ojos, con nuestras manos, con nuestro gusto, con nuestro olfato y con la maravillosa palabra.
Muchas madrugadas, en este tiempo de separación, me he despertado sorpresivamente teniéndote sobre mí. En mis pensamientos estás en esa cama que tanto te gusta ocupar —la de mi mero acompañante—, tú has robado un lugar en ella y, en mis noches de desespero mis manos eran tu boca y mis dedos eran tu lengua. Me entregaba a ti pensando en tus palabras, en tu cuerpo, en tu piel mientras sentía que me perdía abrazada a ti en la nada del más bello de los sueños. Gracias amor por reparar en esta obra, el Origen del mundo, para homenajear mi sexo, tus palabras son contundentes, excitantes, milagrosas y generosas.
Amor, degenerado mío, no es exagerado brindarle importancia a nuestros genitales, es injusto desear tanto nuestras partes íntimas y no atreverse a mirarlas con detenimiento y veneración. Afortunadamente nosotros no tememos brindarles todo tipo de caricias, con nuestros ojos, con nuestras manos, con nuestro gusto, con nuestro olfato y con la maravillosa palabra.
Muchas madrugadas, en este tiempo de separación, me he despertado sorpresivamente teniéndote sobre mí. En mis pensamientos estás en esa cama que tanto te gusta ocupar —la de mi mero acompañante—, tú has robado un lugar en ella y, en mis noches de desespero mis manos eran tu boca y mis dedos eran tu lengua. Me entregaba a ti pensando en tus palabras, en tu cuerpo, en tu piel mientras sentía que me perdía abrazada a ti en la nada del más bello de los sueños. Gracias amor por reparar en esta obra, el Origen del mundo, para homenajear mi sexo, tus palabras son contundentes, excitantes, milagrosas y generosas.
El origen del mundo fue completamente entregado a
mi hombre. Sucumbí al placer necesario de mi éxtasis. Cerré rápidamente los
ojos, me refugié entera en el placer que me arrancaba. Sus besos, sus caricias
babosas, son un placer inmenso, solitario y único, como una flor cortada; la
lluvia humedeció con generosidad mi cuerpo, un río de placer inundó mi piel y
mi carne. Nelson desgranaba mimos, sonidos acariciadores mientras su boca
cuidaba mi piel; mi excitación era de total abandono y entrega; yo trataba de decirle
palabras de cariño en francés: Mon chou, mon chéri
Fin del Cosmos
ficticio
El cosmos ficticio, el cuadro donde se generó
esta historia se está derritiendo sin que nadie pueda detenerlo, amplios
regueros de pintura destruyen este hermoso cuadro. En el Hotel Marriott de
París, en la habitación 421 inesperadamente la música dejó de sonar, el
silencio sobrecogió a los personajes, un silencio aterrador que les dejó
paralizados. El suelo donde se asentaban sus pies se convirtió en una alfombra
blanda, caliente y humeante. La alfombra convertida en una aparente arenas
movedizas se tragaban todo el piso del hotel junto con las paredes y los
muebles. La cama se derretía, sus cuerpos bullían, el calor era excesivo e
insoportable. Desde el balcón que daba a los Champs-Élysées casi no se veía
nada, había oscurecido; la gente había desaparecido, eran campos desiertos, con
edificios deformes, el cosmos de ficción terminaba. Ya no se distinguía nada
que tuviera vida, los hierros del balcón se derretían, goteaban cayendo a
pedazos; todo se desvanecía como un sueño. Simone y Nelson se tumbaron en la
cama, se abrazaron y se fundieron para siempre. En el último suspiro de sus
vidas se cogieron las manos y se miraron a los ojos convertidos en espejos de
sus almas… Mientras Simone ponía punto final con estas palabras de su libro “La
mujer rota”:
—En el océano del
tiempo yo era una roca batida por las olas siempre nuevas y que no se mueve ni
se desgasta. Y repentinamente el flujo me arrastra y me arrastrará hasta que me
hunda en la muerte. Mi vida se precipita trágicamente. Y no obstante, en este
momento, con qué lentitud gotea. Hay que esperar siempre que el azúcar se
disuelva, que el recuerdo se esfume, que la herida cicatrice, que el sol se
oculte, que el fastidio se disipe...
¡Nelson, no habrá
muerte entre tú y yo!
Reflexión final:
La
Pasarela Simone de Beauvoir, de París, diseñada por el arquitecto austríaco
Dietmar Feichtinger, me sugiere que su diseño fue pensado para la
reconciliación de estos dos personajes de mi Cosmos Ficticio; una obra de
ingeniería armónica y genial por la que, con toda seguridad, transita el
espíritu reconciliador de las ánimas de esos dos personajes
extraordinarios.
Simone, al contrario de cómo fue con todos sus
amantes, con Nelson se
mostró indefensa, sumisa y torpe ante el amor de su hombre como cualquier otra
mujer. Quiso ser —a conciencia— la mujer pendiente de su hombre. En ese alarde
de pequeñez está gran parte de su grandeza. Fue un amor que
hizo cambiar por completo a Simone, ella pasó de gigante intelectual a mujer
asequible; sometiéndose íntimamente a su amor y lo hizo por convicción de
mujer; pero los dos personajes, siendo unos monstruos intelectuales, ambos
dotados de una inteligencia superior, no supieron construir un amor sin
supeditaciones —sin seguridades— exógenas. Tampoco valorar en su total
dimensión el amor que ambos fueron capaces de darse.
Como discreto observador que soy de ellos, no
quiero otorgar culpabilidades, a nadie. Los dos fueron personajes con caracteres
fuertes, exigentes y, hasta cierto punto, despiadados. Simone tenía una
afectiva trayectoria de complicidad compartida con Jean-Paul Sartre, un
intelectual brillante; un hombre feo, miope, torpe y con limitaciones de tipo
sexual. La estimación de ambos trascendía al sexo que mantenían, sus
voluntarias ataduras eran más intelectuales que amorosas. Ambos, casi desde el
mismo momento en que se conocieron, de jóvenes brillantes universitarios,
establecieron su intimidad como un juego, un “contrato sentimental”, un
compromiso de palabra en el que se sometían a unas reglas comunes: Prohibido
mentir, la sinceridad era irrenunciable, libertad sexual pero con la condición
de que ambos serían los primeros en saber por ellos mismos con quién mantenían
relaciones sexuales. Según ellos el sexo con otros amores serían considerados
—relaciones contingentes— es decir, casuales o accidentales, ya que las únicas
—relaciones necesarias— eran la de ellos, las de Jean-Paul Sartre y Simone de
Beauvoir.
Creo que los dos personajes, Nelson y Simone, al
llegar al final de sus vidas hicieron una reflexión apesadumbrada de su falta
de decisión; se reprocharon sus aparentes seguridades por las que eligieron,
más de un camino, equivocado. Ambos se cuestionaron los caminos andados, —como
hacemos la mayoría— por no haber sabido arriesgarnos un poco más del que lo
hicimos; o por haber adoptado la comodidad de no desprendernos de lo que
creemos que son seguridades —malditas
seguridades— en vez de afrontar la contingencia que nuevos caminos. Damos
excesivo valor a la seguridad, pero esa aparente seguridad es un lastre que nos
obliga a renuncias o no asumir riegos que de haberlos elegido hoy, en nuestra
reflexión postrera, no lamentaríamos no haberlas tomado. Un pequeño signo de
ese arrepentimiento es que Simone determinó antes de su fallecimiento que fuese
sepultada con el anillo que Nelson Algren le regaló. Y, Nelson decidió no
publicar —contrariamente a lo que hizo Simone de Beauvoir— las cartas íntimas,
algunas llenas de ira, que escribió a Simone. Éstas se encuentran depositadas
por voluntad del autor en la Universidad de Columbus (Ohio).
© Lluís Busom i
Femenia
[1] Foto de Art Shay
La
foto de Simone de Beauvoir desnuda en el baño ocupó la primera página de Le
Nouvel Observateur, en el 2008, causando un gran revuelo por el sensacionalismo
de la foto de la escritora y filósofa. The New Yorker intervino en la
controversia, pero no publicó la imagen. El artículo concluía: "este es el
tipo de cosas que le sucede a una francesa en Chicago cuando su novio es un
escritor de “cuello azul” (En Chicago, desde 1920, obreros del acero, en este
caso se refería a persona vinculada a las clases bajas) y todo un mundo que bebe
bourbon y deja la puerta del baño abierta."
Pero no fue así exactamente. La foto
fue tomada por el amigo de Nelson Algren, Art Shay en 1950, cuando Simone se
había venido a vivir con Nelson Algren en el 1523 de Wabansia. Su apartamento
no tenía bañera, así que Shay la llevó a la casa de un amigo. Simone salió del
baño con la puerta abierta y Art Shay tomó la foto. Simone, oyó el clic de la
cámara y dijo: "Tú hombre travieso," pero a Simone no le importó
mostrarse delante del fotógrafo completamente desnuda, por lo que Shay hizo varias
fotografías y ella al darse cuenta, se dio la vuelta para que Shay la
fotografiase con “pelos y señales”; ahora esas fotos las ha vendido Shay por
2.000 dólares en el Paris Photo Show.
Breve aproximación
a sus vidas
Nelson Algren
Escritor americano, educado en la Universidad de
Illinois. Novelista en las que, la mayoría de sus obras, se desarrollan en los
barrios marginales de Chicago; su obra es considerada que es el reflejo
realista de la vida americana. Apasionado por el juego y el alcohol, tuvo que
luchar contra la hostilidad de los editores. Por sus ideas sociales y políticas
padeció el acoso de la “caza de brujas”, originada por el Senador McCarthy,
instigador de la cruzada anticomunista entre 1950 y 1956 y sometido al Comité de
Actividades Antiamericanas. El “expediente” de Nelson Algren, sin que hubiera
ninguna acusación en concreto, le causó serios problemas en su vida, ya que le
privaron del pasaporte durante diez años. Aunque nadie de la Administración
americana y, por supuesto, tampoco el FBI se hicieron responsables de esta
anomalía, nunca se determinó cuál fue el obstáculo, ni quién lo determinó. Todo
quedó en la irresponsabilidad del silencio administrativo.
El hombre del brazo
de oro (The man with the Golden arm) (1949) está considerada una de sus mejores
obras. Llevada al cine y dirigida por Otto Preminger (1955). A walk on the wild side (1956).
En las dos novelas se trata la adicción a la morfina y la prostitución
(respectivamente) de una forma compasiva, en una época en la que algo así era
impensable. Algren decía: (…) “un escritor debe identificarse siempre con los
objetos de su horror y su compasión”, también calificaba a su estilo literario
como “reportaje emocional y lo apuntalaba con una inmensa e indispensable
conexión con el resto de la raza humana”.
Simone de Beauvoir
Escritora, filósofa francesa, educada en la
Universidad de la Sorbona. Simone de Beauvoir fue profesora de filosofía hasta 1943 en escuelas
de diferentes lugares de Francia, como Ruan y Marsella. Durante la Segunda
Guerra Mundial y la ocupación alemana de París vivió en la ciudad tomada
escribiendo su primera novela, La
invitada(1943), donde explora los dilemas
existencialistas de la libertad, la acción y la responsabilidad individual,
temas que aborda igualmente en novelas posteriores como La sangre de los otros (1944),
El Segundo Sexo (1949) y Los
mandarines (1954), novela por la que recibió el Premio Gouncourt y que se considera, junto
con el Segundo Sexo, las dos obras más importantes.
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Durante 51 años, esta pareja legendaria mantuvo un pacto sin opacidades: no privarse de nada. Mantenían una relación abierta para luego entregarse al placer voluptuoso de detallarse todos los pormenores de su vida sexual. Algren debería haberlo sabido; un triángulo nunca es equilátero en un "ménage a trois"…No pudo ser.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de la foto de Simone en el baño, siempre me pareció puro vouyerismo intelectual.
Un saludo
+Marybel Galaaz:
EliminarSin duda Sartre y Beauvoir mantuvieron una relación sexual abierta —tal como tú dices—, no hay duda de ello. Pero creo que calificar o atribuir una relación sexual —un ménage à troi— nunca puede ser un triángulo de lados iguales, eso exigiría una simetría no humana. Nelson Algren era consciente de ello, por eso rompió con Simone, no le perdonó que amándole a él y correspondiendo ella como lo hizo, mantuviera la relación sexual /afectiva con Sartre. Mi escrito, tomó la deriva de que los dos amantes, Nelson & Simone, se reconciliaran —este fue mi único propósito—, que reconstruyeran ese gran amor que ambos se reconocieron, pero desprendiédose de las “seguridades exógenas” que ataron a Simone de Beauvoir.
http://expurgoscontraelolvido.blogspot.com.es/2014/10/el-anillo-de-plata-mexicana-de-nelson_7.html
ResponderEliminarMuy bonito. Un final diferente al que ellos decidieron, valorando algo que ellos valoraban de otro modo. Gracias
ResponderEliminarMuy bonito. Un final diferente al que ellos decidieron, valorando algo que ellos valoraban de otro modo. Gracias
ResponderEliminarGracias por tu amable comentario ARTEHUMANO, un saludo
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