NADIE
ENCUENTRA LO QUE NO ESTÁ BUSCANDO
—Andábamos sin
buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos—
Julio Cortázar
Nadie encuentra lo
que no está buscando. Aunque nos parezca que el azar, la fortuna o la Divina Providencia son los que han determinado para que encontremos a la persona que tanto hemos deseado y, la encontramos, posiblemente creamos que ha sido la casualidad. ¡No es verdad! No es verdad que las cosas aparecen de pronto. Nada aparece porque sí, cuando sorpresivamente paseamos por el parque y la lluvia se detiene, vemos entre
muchas una hermosísima hoja depositada en el suelo y, tu mano la recoge; después te preguntarás:
¿Habiendo tantas hojas que alfombra el suelo, por qué elegí esa y la convertí
en única. Seguramente unas horas antes no estaba en tierra, pero hacía mucho
tiempo que estaba allí, estaba un poco más arriba, agazapada, cobijada en su
árbol, en el Ginkgo biloba, seguro que ella prefirió soltarse e ir al suelo
para que tú la encontraras... es el destino. ¿O es el destino el cuál nosotros
mismos condicionamos?. ¡Seguramente sí!
Cuando un hombre
encuentra a una mujer, cuando una mujer encuentra a un hombre... es que los dos
estaban buscándose. Por falta de compañía. Por insatisfacciones. Por carencias. Por
necesidades que sólo las entendemos cuando nos damos cuenta de haber encontrado
lo que buscábamos. O, simplemente, por ganas de revivir la vida, o de iniciar
una aventura, respirando un nuevo aire a pulmón abierto y, hacerlo, como si
fuera una ventana en que al abrirla vislumbráramos una nueva senda, un camino
que tanto habíamos soñado andar por él. O, fue porque sí. ¿Por qué tenemos demostrarlo todo? Decididamente, no!
Cuando un hombre
encuentra a una mujer, cuando una mujer encuentra a un hombre... siempre hay
uno de los dos que transforma la primera palabra en puente. Hay canciones que
hablan de eso! Por muy acompañados que estemos, en las decisiones importantes,
estamos solos. Y esa primera palabra abre un torrente de palabras, palabras tan
deseadas que al recibirlas —por ser tan deseadas— se convierten en caricias.
Nadie encuentra lo que no está buscando. ¿Por qué crees que vos y yo nos
encontramos? ¿Desde dónde venías acercándote? ¿Desde cuándo yo esperaba que
llegaras? ¿Por qué yo? ¿Por qué vos? ¿Por qué nosotros?
¿Por qué crees que no
te desviaste, con otro rumbo. ¿Por qué no fuiste en el blog de otro? ¿Por qué
viniste al mío y escribiste unas palabras sencillas de corrección a un nombre
equivocado que había escrito?. ¿El azar? ¡Estoy convencido que no! Ese
comentario fue, es y seguirá siendo el puente más grande y consistente que hay
en el mundo; un puente construido con palabras, con el respeto y el afecto de
unas primeras palabras escritas a un desconocido. Sólo intuiste que por las
historias que escribía, era un hombre que, escribiendo traslucía afecto, en mis
sueños escritos, amaba. Oh maravillosa coincidencia, mundos que de pronto se
acercaban con el calor y la necesidad del afecto.
Desde la lejanía más
absoluta, desde la Patagonia chilena en un viaje que realizabas recibí tu
mensaje, no hubieron océanos, ni montañas, ni lejanías que nos separaran. Ni tu
continuo viajar por el desierto patagónico, lo impidieron. Posiblemente te
esperaba, no sabía quién eras pero sabía que me buscabas. ¡Necesidad obliga!
Siempre me cautivó el otro lado del océano, siempre admiré la maravilla de sus
lagos, siempre soñé en la brisa suave de sus playas, de las olas que batían tu
piel, en el sol que bañaba tu cuerpo y que daba a tu tez el color del infinito
deseo...
¿Te detuviste tú, o
fui yo quién lo hizo? No lo sé, pero por qué pensaste que uno de los dos se
detuvo. ¡Nos detuvimos los dos! Nos detuvimos para que pudiéramos alcanzarnos y
extender las dos ramas de nuestros brazos para fundirnos en el abrazo total,
por qué ocurrió así y no de otra manera... ¿Por qué? Porque los dos estábamos
buscándonos. Desde ese instante un hilo invisible nos unió, un hilo que nadie
puede cortar, un hilo indestructible que ninguno de los dos pudo ya soltar.
Finalmente, unos números, un código abrió nuestro etéreo Paraíso, en él,
nuestras palabras adquirieron la dimensión esperada, los sentimientos se
entremezclaron como un torrente, las risas y los lloros se complementaron, la
dicha inundó nuestros espíritus. Nos hizo volar en lo más hondo, en lo más
alto, nos arrancó gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque fueron de jubiloso
dolor siempre, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer —aunque sea en el
Paraíso— es una alegría que duele. La petite mort le llaman en Francia a la
culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra
y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande
ha de ser, si matándonos nos hace nacer.
© Lluís Busom i Femenia