Antonio Gala, escritor de 81 años demuestra en esta entrevista reciente su poderosa energía, su espíritu crítico y su lucidez en unos momentos realmente difíciles de su vida. En la entrevista aparecida en el periódico El País el título con el que aparece es otro, tal como queda constatado al final de la entrevista. Me ha parecido más humano, más cercano, usar una de sus respuestas como título de su entrevista en este blog. La aparente pequeñez del título le da, en mi opinión, grandeza como ser humano.
Ni la asquerosa locura del cáncer con
su arsenal de desgracias —dolor, miedo, tristeza y de ahí en adelante— ha
conseguido, de Antonio Gala, diluir el verbo y el gesto feroces de este señor
lenguaraz sin freno, culto a rabiar, un punto soberbio por momentos, cariñoso
de verdad aunque a su manera, siempre con la sensibilidad desbordando el borde
del vaso, aunque ya se encarga él de disfrazarla de una proverbial mala hostia,
que tampoco es cuestión de ofrecerse en canal ni al amigo ni al enemigo, a
veces, ay, coincidentes en sus afanes. El poeta, el dramaturgo, el novelista,
el articulista y el ciudadano Antonio Gala reciben al visitante en el salón de
tertulias de El Pimpi, un antiguo cabaré reconvertido en bar de moda. Hace un
calor sofocante en Málaga y todos parecemos piltrafas, pero Gala va impoluto,
fresco, moreno y sonriente, como si fuera de acero inolvidable. Viste vaqueros
azul claro, camisa azul clara con gemelos dorados, fular azul claro, mocasines
náuticos. Está sentado delante de un plato de jamón y apoyado en su bastón.
Está serio, pero pronto empiezan las risas porque, hoy, Su Majestad el Rey se
ha vuelto a dar el morrón.
Pregunta. Antonio, hoy, el Rey se ha
vuelto a caer. Se cae mucho, ¿eh?
Respuesta. No me extraña. Tiene que
andar como puede, el hombre… un poco como todos en estos momentos. Yo me opongo
a las caídas y soy muy respetuoso con los que se… con los que nos caemos.
P. ¿Y con la Monarquía? ¿También es
respetuoso?
R. Sí. No soy monárquico. Pero
comprendo la labor que ha hecho el Rey y siento una simpatía personal grande
por él.
P. ¿Y la Reina?
R. Con la Reina he pasado ratos muy
divertidos, porque como no sabe del todo el castellano, de repente mete la pata
y ella no entiende por qué la gente se ríe.
P. Dará pie a situaciones absurdas…
R. Un día estábamos, no sé, en alguna
inauguración, y acababa de hablar el Rey, y yo estaba de charla con la Reina,
entonces se acercó a ella alguien pelotillero, nos interrumpió y le dijo: “El
que ha estado divinamente es el Rey”, y ella le soltó de forma un poco
despectiva: “Bueno, pero como a ese lo tengo ya en casa…”. Todos nos reímos.
Ella no entendía por qué.
P. ¿Por qué tiene usted tanto tirón?
Porque está claro que lo tiene, más allá de como escritor, como personaje,
digo.
R. Eso del tirón es una ordinariez
tuya… pero es verdad. Hay gente que me tiene auténtica devoción. Llegar hasta
esta sala, atravesando el bar, ha sido un calvario. Un señor le ha dicho a su
niño: “¡Mira, este hombre es un maestro!”. Y yo le he dicho a él: “¡Pero
hombre, si eso del maestro es lo peor que se le puede decir a un niño!”. Sí, es
verdad, la gente me quiere. Yo lo agradezco mucho… pero no soy nada dado, nada
dado a…
P. A la alharaca.
R. Eso es. Me encanta la palabra
alharaca… parece el mote de un putón. “¡Mírala, ahí viene La Alharaca!”.
P. Hace un montón de años, en una
entrevista en su casa de Madrid, me dijo una cosa que me dejó perplejo: “Soy
uno de los escritores que más vende en este país… y de los menos leídos”.
R. Es que es verdad. ¿Por qué? Porque
la gente siente por mí una extraña predilección. Porque percibe en mí la
invalidez, la soledad, y entonces me quiere de una manera especial, de una
manera protectora.
P. ¿Le ven vulnerable?
R. Sí.
P. ¿Usted se ve vulnerable?
R. Sí. Soy, he sido vulnerable. He
sido fácil de herir. He sido fácil, y frágil. He sentido como muy hondas
heridas que para otros hubieran pasado inadvertidas.
P. Pues ¿qué le diferencia de esos
otros?
R. Que yo he sido, ya mucho menos,
muy de querer de verdad a la gente. De verdad. Y cualquier paso en falso en una
amistad podía hacerme un daño terrible.
P. ¿Por qué dice que ahora ya menos?
R. Porque me moriré, porque ya estoy
muy aislado, porque me entrego menos, porque me dedico a mis perrillos… Me
gustaría que nos enterraran a todos juntos. Ellos han sido mi compañía más
absoluta. Hoy, cuando me he marchado para venir a Málaga, Mambrú
se ha quedado literalmente llorando.
P. Habrá gente que leerá esto y no
entenderá nada. Llorar por un perro, o que un perro llore por uno…
R. Mi amor por los perros se ha visto
correspondido. Por ejemplo, yo nunca fui tan famoso para la gente como con Troylo.
Mira, te contaré algo. Yo era opuesto a lo que ahora empieza todo el mundo a
ser opuesto: a las comunidades autónomas. Me parecía que era peligroso ampliar
las peticiones de los vascos y de los catalanes a toda España sin hacer algo
confederativo.
P. Le parecía un café para
todos, vamos…
R. Un café para todos. Bueno, pues yo
me oponía rotundamente a la autonomía andaluza. Y sin embargo, cuando me di
cuenta de que ya no había más remedio, entré en la lucha de lo del café para
todos y el grito mío fue “¡Troylo perro andaluz!”. Que tenía de
perro andaluz lo que yo de monja, vamos.
P. Quiero volver a esa sensibilidad y
a esa vulnerabilidad y a esa fragilidad extremas que dice poseer —o sufrir—.
Desde esa perspectiva, ¿cómo ve usted a esas personas que actúan como si nada
les afectara, aunque les ocurran cosas fehacientemente desgraciadas?
R. Los intocables… no me fío de
ellos. Prefiero que la gente sea sensible. Si alguien no tiene esa
sensibilidad, ¿para qué vamos a tratarnos?
P. Hay dos eses, sensibilidad y
sentido común, que deberían ser obviedades, que deberían casi darse por hechas,
pero por desgracia son valores cada vez más escasos.
R. Quizá, pero la definición que
alguien dio de sentido común como el menos común de los sentidos, probablemente
está muy bien dicha. Se presupone el sentido común… pero no es común.
P. Pues habrá que currárselo.
R. No, se educa uno en el sentido
común. Y se tiene que aspirar siempre a tenerlo, no es una donación. Es algo
primordial. Y primigenio. Pero es que si hubiera sentido común, la política, la
economía, todo funcionaría de una manera distinta.
P. Vulnerable, sensible, frágil,
bien, vale, pero yo, con perdón, siempre le he visto a usted también como
alguien…
R. Fuerte.
P. De armas tomar. Irascible, a veces
temible.
R. Puede decirlo, sí.
P. ¿Y le ha ido bien con esa mezcla
agridulce?
R. Probablemente no, pero yo he
tenido que ser así. Un movimiento mal hecho por alguien próximo a mí, un fraude
de alguien que pensaba como yo y de repente deja de actuar como pensaba… no, no
lo tolero.
P. ¿Se le decepciona a usted con
facilidad?
R. Con más facilidad de lo normal.
Hay cosas que no se deben perdonar. Si las perdona Dios, allá él. Yo perdono
con dificultad.
P. Con la avalancha que nos está
tocando vivir, ¿le da por pensar en la gente que las está pasando canutas, así,
en abstracto, o siempre piensa en personas y casos concretos?
R. En concreto. Porque si pienso en
abstracto, eso es algo que me quita literalmente el sueño, a pesar de las
pastillas que tomo. Entonces no puedo pensar en otra cosa, ni hablar ni
escribir de otra cosa. Y es esta circunstancia la que está retrasando que yo me
decida a hacer algo a lo que me había resistido, pero a lo que finalmente dije
sí: mi autobiografía.
P. Cuente usted, cuente.
R. Tenía que haberla empezado hace
poco, pero no la he empezado. Se iba a titular Autorretrato con paisaje
al fondo, pero al final se va a llamar No os mováis, conozco la
salida. Primero porque estoy ya muy cerca de salir. Y, segundo, porque
de ninguna manera me gustaría salir sin que la cosa hubiera cambiado, y que yo
supiera que había cambiado.
P. Se refiere usted a…
R. A que creo que se están haciendo
las cosas extraordinariamente mal. Solo se da dinero a los bancos, y es muy
difícil convencer a la gente de que eso tiene que ser así.
P. ¿Qué opinión tiene de los que
toman las decisiones ahora mismo?
R. Da la impresión de que este país
está gobernado por una colección de tontos que se han reunido para jugar a
algo, a las cartas, o al dominó, y no saben las reglas. Y luego está el pobre
Rajoy, que a mí siempre me dio risa, pero ahora me da pena porque no sabe qué
hacer. La verdad es que estamos gobernados por una pandilla de gilipollas.
P. Antonio Gala, ¿cómo se encuentra
físicamente? Mentalmente, se ve que bien.
R. Yo ahora estoy bien, parece que el
cáncer ha desaparecido, pero todo esto me ha dado una lección terrible. Ha sido
muy desagradable, porque al terminar toda la cura de radioterapias y
quimioterapias he hecho tal esfuerzo por olvidarlo que me he olvidado de muchas
cosas imprescindibles, del nombre de las personas… funcionar sin mi secretario
sería muy difícil. Cuando necesito algo, se lo consulto, y si no lo sabe él lo
consulta en ese aparato que no quería tener y que por fin tiene, y que lo tiene
lleno de gozo y prácticamente desaparecido. Porque eso atrae de una manera que…
es como la droga. Como la coca.
P. ¿Habla de Internet? ¿Internet es
como la coca?
R. Sí, sí, sí, sin duda ninguna.
P. La quimio cura a veces, y destroza
siempre. Quita lo malo, también lo bueno.
R. La enfermedad ha conseguido que yo
tome conciencia de la muerte. Yo no tenía ni tengo ningún miedo. Uno se muere,
y está bien. Ya he durado bastante. Pero el esfuerzo que hice por olvidar toda
esa cura horrorosa, aplastante, me daba ganas de decir “hasta aquí: lo dejo”.
P. Dejar la vida… ¿y dejar este país
disparatado? Lo es, ¿no? ¿Le parece muy disparatada España?
R. Mmmm… la he conocido más
disparatada. Y aquel disparate justifica mucho el cariño tremendo que yo le he
tenido a este país. Yo no puedo decir “amo a España” porque me daría vergüenza,
pero me parece maravillosa, me parece una mal mandada, una respondona, y
tremendamente digna. Y ahora está reaccionando tan bien a todo esto… esas
manifestaciones están hechas con tanto pudor.
P. ¿Cree que la gente aguanta más
allá de lo razonable?
R. No, más allá de lo histórico. Es
que una cosa no se puede consentir: no-se-puede-pasar-hambre. ¡Lo primero que
tiene que hacer un Gobierno no es evitar que quiebren los bancos, sino que no
haya hambre! Y luego, fíjate por ejemplo aquella historia de los ERES que yo
conté en una tronera…
P. Por cierto, ¿cómo lleva las
troneras? ¿Cómo lleva a Pedro Jota?
R. Pues mira, Pedro Jota [1] ya, de momento, ha dado un paso
atrás en la de los domingos y ya no me pone en… bueno, fue el pretexto para que
él se extendiera en su artículo. Y a mí me ha mandado a una cosa que se llama
Otras voces. Es que claro, él tiene miedo, él teme a la Iglesia, a Dios, sin
duda, aunque no creo que crea, pero por si acaso. Y yo resulta que los domingos
se los dedico de una manera especialmente cariñosa a la Iglesia católica, que
es una hija de la gran puta, eso está clarísimo.
P. El peso de la Iglesia en este
país, ¿en qué punto está?
R. Ha dado un bajón muy grande. La
Iglesia es que ha sido muy descarada.
P. Pues con esto acabamos.
R. ¿Sí? Pues vamos a tomarnos algo…
Entrevista a Antonio Gala, por Borja
Hermoso
Periódico El País, “La verdad es que
este país está gobernado por una colección de tontos”
[1] Pedro Jota Ramírez, director del diario El Mundo.
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OTROS ESCRITOS
Buscando una mentira.. encontré una
verdad.
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