DIÁLOGOS CON EL PSIQUIATRA | El escribidor que se creía gato
—¿Explíqueme el por
qué ha venido a mi consulta?
—Hace tiempo que me
planteo acudir a un profesional de la psiquiatría para saber algo más de mí.
—¿Algo más de
usted, pero hay algo que le preocupa, algo que le angustie?
—Pues no, no
exactamente, me interesa saber el porqué de mis ensoñaciones.
—Correcto, dejaré
que usted me explique lo que quiera así yo le iré conociendo y veré en que
puedo ayudarlo.
—Lo que me pasa es
que me gusta escribir doctor y todo empezó cuando me inscribí en el Facebook y
tuve la posibilidad de explicar cosas que me fascinan y desde no hace mucho,
también en Google+ y en Twitter.
—Curioso e
interesante, pero siga usted.
—Pues, me gusta
escribir historias y cuando las construyo me voy sumergiendo en ellas de tal
forma que llego a creerme que soy el protagonista.
—Esto no es ningún
problema, una de las facetas de los novelistas es hacerlo en primera persona,
esto es completamente normal.
—De acuerdo pero yo
he construido una historia de un gato y creo que soy un gato.., sabiendo que no
soy un gato. Me entiende usted?
—No, pero
explíqueme la historia, mientras yo tomo nota, intentaré entenderlo.
Pues, me encantan los gatos! Sé que para los
gatos, y poniéndome en la piel de ellos, la vida en proximidad con los humanos
representa una adaptación social que se ha ido desarrollando a lo largo de
milenios formando una simbiosis perfecta, en la que tanto el humano como el
gato sacan provecho de la vida en común. Desde un punto de vista etológico o de
su comportamiento, se ha sugerido que quién tiene la autoridad sobre él, —me
refiero el amo humano—, sustituye la madre del gato y que los gatos domésticos
adultos viven en un tipo de niñez prolongada, una forma de adolescencia
comportamental. Y este talante infantil y un poco alocado del gato me fascina.
—¿Quiere decir que
no está entrando —en su historia— en consideraciones que corresponden más a un
psiquiatra que a usted?
—Doctor, sé que no
hay psiquiatras de gatos, lo entiende, ¿verdad? En todo caso tendría que ser
psiquiatra de aquellas personas que se creen que son gatos y éste es mi caso.
—Sí, es verdad, ya
me había enredado, siga por favor, explíqueme hasta el final su historia.
Como iba diciendo: Me gusta ser tan amigo de los
gatos que, acercándome tanto cómo me sea posible, llegar a confundirme y
parecerme a ellos. Ponerme en su piel haciendo, —en un acto de profunda
introspección— llegar a conseguir como afirma la doctrina hinduista, el
'advaita', de Adi Shankara, la unión de dos almas, consiguiendo la unidad total
entre dos seres... Todo es cuestión de proponérselo, quiero ser un gato sin
serlo y me preparo para vivir esta experiencia fascinante. En mi viaje a esta
nueva vida no dejo nada al azar, me encanta ser gato, pero quiero elegir la
imagen de un gato preciso, me gustan los gatos de piel bruna, casi anaranjada,
de pelo corto y de mirada profunda, que sea juguetón y, a la vez, como
corresponde a mi ideal de gato, un pendón de tomo y lomo.
—Interesante,
pero... ¿cómo soluciona ponerse en la piel del gato? Perdóneme, siga...
Ser capaz de interiorizarme dentro de él y sentirme
más gato que el de verdad. En silencio apropiarme de su piel y delicadamente
desabotonarla, cómo si fuera un pijama nocturno e introducirme dentro de la
piel del gato y adueñarme de su cuerpo. Colocar las manos en sus patas
delanteras y los pies en las posteriores. Acomodarme sigilosamente dentro de él
hasta conseguir que mis ojos vean su mundo a través de los de él. Notar como
mis orejas, saben perfectamente el camino para colocarse y, una a una, se vayan
introduciéndose en las de él.., percibir los primeros sonidos mientras oriento
los pabellones auriculares.
—¿Pero explíqueme
qué ve cuando se pone dentro del cuerpo del gato?
Bien, es una impresión extraña, todo es negro, no
veo casi nada, hasta que mis ojos miran a través de los del gato es algo
fantástico, extraordinario, es como si de pronto lo viese todo con una claridad
jamás vista, una nitidez del detalle casi abrumador y con una profundidad de
campo jamás contemplada... y escuchar ya a través de sus orejas...
¡Qué diferencia, qué perfección auditiva!, es un
órgano espectacular, me encanta poder orientar las orejas y transmitir la
infinidad de matices de los sonidos al cerebro. Tengo que reconocer que la
parte más difícil de encajar fue la cola, al final tuve que recurrir a un
relleno postizo que diera la apariencia de una cola tiesa pero mórbida. Respirar
y husmear de través de su nariz y empezar a detectar mis primeras sensaciones a
través de sus bigotes. Lamerme para saber a que sabe mi nueva piel, limpiar mis
patitas para que la gente de casa vean que mi conducta es la normal de un
gato... ¡Qué no es un gato!
—¡Ostras!, ¡eso de
la cola no lo había pensado! Lo siento, no me haga caso, continúe…
Dar mis primeros pasos, gatear por las paredes y
en dos saltos subir por la cañería del agua hasta alcanzar el tejado y desde
allí contemplar la inmensidad de la luna, señora de la noche y del alba. Y ser
durante la noche más gato que nunca, sobre todo ante la presumida gata de rayas
grises... Sentir la emoción de su mirada atrevida y al mismo tiempo vergonzosa,
de ojos de mirada limpia y de incontenible deseo. Me encanta ser un gato
atrevido, juguetón y descarado, ser ese gaturro que juega eternamente con la
gatita atractiva y coqueta que sabe lo que quiere y, desde que el mundo es
mundo, todos los juegos de los gatos, son para hacer el amor. Ya se sabe que
los gatos somos muy enamoradizos. Observar los movimientos de su cola, ver como
la mueve, de izquierda a derecha, elevándola haciendo oscilaciones totalmente
intencionadas con movimientos conscientemente escogidos y dirigidos, un
lenguaje con más corazón y coquetería que muchas de las palabras de los
humanos. Ir al rincón escogido de la buhardilla de casa y mostrarle a mi gata
con la mayor sutileza mi estimación...
Pasearme por todos los rincones de la casa y
convertirme en el señor de sus aposentos, cotillear en silencio todos los
secretos que hay en sus habitaciones, sigilosamente deslizarme por la alfombra
junto a la cama dilatando las pupilas para ver en la oscuridad más absoluta la
intimidad de un mundo mucho más complejo que el de los gatos. Orientar mis
orejas y dirigir mis oídos hacia la percepción de los maullidos tan
particulares de las personas, percibir su olor mientras se acarician en una
danza frenética e incomprensible, sus danzas de amor son muy diferentes a los
de un gato, son apasionantes contemplar su entrega, la profundidad de sus
caricias, la intensidad de sus gemidos me doy cuenta que están en un universo
superior; reconforta estar presente sin que ellos reparen en un gato, todo un
universo nuevo que no sacia la curiosidad de un gato. Notar como la música que
acompañaba su danza se desvanece y, poco a poco, el silencio penetrante se
adueña de la habitación...
Ser el gato comprensivo o celoso, con el AMA
según sea aquello que mis ojos puedan llegar a ver. Ronronear amorosamente al
ser humano que me trata con afecto, notar en mi piel la mano amable y generosa
que se pasea por mi lomo. Ser acariciado en la falda del AMA, notar el intenso
calor de sus piernas que son un bálsamo para mi piel, confortablemente asentado
en ellas y cuando se cansa de mí poder restregarme entre sus piernas para que
se dé cuenta de que mi amor es recíproco y que me encuentro muy cerca de ella
porque lo deseo, porque quiero... jugar como un gato sabiendo que no soy un
gato.
—¿Cree doctor qué
estos viajes introspectivos pueden causarme algún problema de doble
personalidad?
—No lo creo, el que
usted tiene es la necesidad de explicar historias y esto sólo tiene un peligro,
el que no sepa distanciar la realidad de la ficción, porque entre las dos hay
solamente una línea muy delgada. Pero el verdadero peligro no es para el
lector, como es evidente, el peligro es para la persona que las escribe y, que
sea él quién se crea sus historias. Si así fuera, nos encontraríamos dentro de
una patología frecuente.
—¿No sé, doctor, sí
por sus palabras tendré que empezar a preocuparme?
—No, no tiene por
qué. Le daré mi diagnóstico acompañado de una recomendación. Yo creo que el qué
usted busca es como la historia de Fausto pero a la inversa, así como Fausto
está en plena búsqueda de la sabiduría y vende su alma al diablo como una vía para
lograr el conocimiento supremo, usted ha idealizado la imagen del GATO en un
estado superior de conciencia como un elemento receptor de afecto que necesita
y que, de alguna manera, usted intenta parecerse a él porque las personas de su
entorno le valoren, le quieran un poco más del que usted cree que las personas
de su ámbito cotidiano lo hacen.
Yo como psiquiatra
me interesa mucho su desdoblamiento positivo porque estoy construyendo una
tesis en la que sitúo el alma del Gato, como ser superior... un trabajo
científico que yo, posiblemente titularé como: En busca del Gat Amagat (Gato
Escondido), que todos traemos dentro. ¡Todos queremos ser queridos, todos
necesitamos el afecto de los demás!
Y una
puntualización final, no referida al gato, si no a las personas que tenéis el
gusano de escribir, son unas palabras de un gran escritor:
William Faulkner,
decía haber descubierto que escribir y comunicarse es algo muy hermoso y
aseguraba: "Hace a los hombres caminar sobre las patas traseras y proyectar
una sombra enorme, si os fijáis en ella, comprenderéis que os pertenece y
además, en el mejor de los casos, es capaz de dar sentido a vuestra vida.
Yo, interpretando
sus palabras, me atrevería a asegurarte que Faulkner quería decir que esa
sombra proyectada forma parte de quién escribe y se alarga una enormidad
cuantos más lectores tienes que te lean porque, de alguna manera, son los que
dan sentido a lo que tu escribes y has sabido transmitir.
—Con la sutileza
con que me lo ha explicado he entendido perfectamente que mi predilección por
el GATO, no es más que la búsqueda por acercarme a los demás y obtener su
reconocimiento, creo que su explicación es bastante verosímil, ha sido una tarde
provechosa, gracias doctor.
© Lluís Busom i Femenia
Esta versión de:
“DIÁLOGOS CON EL PSIQUIATRA | El escribidor que se creía gato” está
—mejor ordenada— pero es exactamente igual a otra igual escrita en años anteriores. En la versión antigua, “DIÁLOGOS CON EL PSIQUIATRA | El gato escondido que llevo dentro” en la que recientemente he unificado fotografías, contiene comentarios de los lectores y mis respuestas.