Aclaración
necesaria
Estos escritos que
publico en mi blog, bajo el subtítulo de Cartas de una cercana lejanía y,
alguno más con otros títulos, son escritos que forman parte de una
correspondencia íntima entre dos personas —Josefina y yo— separados por 12 mil
kilómetros de distancia que compartimos durante casi cuatro años y,
sí ahora son expuestos a la luz pública, es consecuencia
de querer ser fiel a la promesa que nos hicimos los dos: sí algún día
faltase uno de los dos, publicaríamos en nuestros blogs una parte de nuestra
correspondencia amorosa. Esta idea nació porque ya en vida de Josefina habíamos
intentado publicar algunos de nuestros escritos, tal como lo hicimos los dos en
nuestros blogs. Ahora, después de 20 meses de su partida, le rindo ese pequeño
homenaje testimonio de mi cariño y recuerdo inmutable.
Querida Josefina:
En éste, mi primer
escrito, quiero por tu parte, como lectora, un esfuerzo de imaginación,
por el que a medida que vayas leyéndome imagines mis párrafos como si
fuera ese juego tan popular que disfrutábamos cuando éramos niños.
Ya sabes que mi divisa en el blog tiene presencia la frase de
Nietzsche: —La madurez del hombre
es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño— y que tanto tú como yo
hemos gozado jugando, me refiero a la Rayuela. Sabes que el
movimiento de la piedra representa el alma —en este caso la
mía— transitando por la vida y que partiendo de la Tierra hay que alcanzar
el Cielo. Siempre atentos en no caer en el Infierno. Éste es mi propósito y a
tal fin te escribo. ¡Quiero alcanzar el cielo! Mi primer escrito es un
planteamiento osado, un desafío a lo desconocido. Un atrevimiento descarado y
deliberado para acercarme a la espléndida mujer que presumo que eres. Me
encantas como mujer y, te encuentro muy atractiva, me gustas mucho pero tampoco
sabría explicar el por qué ese atractivo tuyo —que lo tienes sin duda— ha
penetrado tanto en mí. Me has cautivado y tu persona me ha hecho pensar mucho
más lejos de lo que era nuestra cordial relación a través del blog. Decido
escribirte sin preguntarme nada más y decirte todo lo que mi imaginación
alcance para conquistarte y llegar a la más imaginativa intimidad expresada
epistolarmente a una mujer.
Tus palabras comentando
mis escritos en mi blog tienen consideración y aprecio. La reciente amistad
virtual que nos hemos concedido por medio del Facebook ha permitido, en mi
caso, conocerte a través de tus abundantes fotografías, de tus actividades,
viajes y, constato por la prensa, lo buena jugadora de golf que eres. La media
docena de mensajes privados que nos hemos cruzado han propiciado el que ambos
nos demostrásemos un interés poco común y, una disposición cierta que
alimentase un acercamiento personal e íntimo a través de una comunicación
epistolar. Deseo que, con las palabras que te escribo en este momento,
conocerte mucho más e intentaré corresponder la oportunidad generosa que nos
hemos dado para relacionarnos mediante el correo electrónico secreto que me has
facilitado.
No cabe duda que el
juego amoroso de las palabras son, con toda probabilidad, el juego más usado
por los personajes de los siglos XIX y XX y que, como hemos podido comprobar
son, en la mayoría de las cartas de esos personajes, auténticas confesiones
inconfesables pero no exentas de una gran belleza, pasión y sinceridad. Uno,
que ya tiene muchos años y sabe que la cuestión en la vida no es saber mucho,
sino olvidarse de poco, te escribo asumiendo el riesgo por la fuerte seducción
que me produce tu persona; riesgo que valoro en su total dimensión. Desde hace
unas semanas sueño contigo y me encanta hacerlo. Amo esos instantes en que
pienso en ti, adoro estar escribiéndote palabras que sólo son para tus ojos,
regalártelas, ofrecértelas como un ramillete de intenciones sinceras y que las
considero necesarias exponerlas porque son auténticas. Hay momentos en que uno
tiene el conocimiento pleno de sus actos, de sus anhelos, de sus ambiciones y
éste, es uno conscientemente apasionado.
Sabiendo muy poco de
ti, de tu situación personal y matrimonial, no quiero plantearme descubrir
ninguna de las incertezas que, por tu entorno, me impedirían estar
escribiéndote en la forma que lo estoy haciendo y que, deliberadamente, no me
planteo. Meditar sobre la situación convivencial de tu persona en exceso
comportaría valorarlas, sin duda reflexionar sobre ellas sería un ejercicio de
prudencia, pero también, por consiguiente, limitativa. Tengo que pensar que
tanto tú, querida Josefina, como yo, hemos prescindido de prejuzgar el tiempo
venidero, algo que desconociéndolo sí intuimos que nos puede llevar a ser los
primeros pobladores de un paraíso ignoto. Creo que partir de ese primer paso el
camino que vamos a andar juntos únicamente ya dependerá de nosotros mismos. ¡Y eso
es formidable! Lo que pretendo es que con mis palabras sentirme mejor por
escribirlas, pero deseando tener la inteligencia y la habilidad de corazón para
que a ti también te hagan sentir mejor, cortejada y deseada. Ya sabes que
quiero alcanzar el cielo y esto sólo puedo conseguirlo enamorándote. En esta
aventura la necesidad de escribir tiene que ser mutua, por un igual, me gustan
las palabras concordia recíproca; de tal forma que, al recibir tus palabras
llenarme de ti y que las mías te colmaran como persona y, por encima de todo,
sentirte mujer, deseada y amada.
Nuestro mundo —la
Rayuela de mis palabras— será un universo secreto, real y onírico a la
vez, en el que nuestros sueños en el amor no alcanzados seamos capaces de
intentar conseguirlos, porque todos soñamos en ser esa otra persona que,
cuando éramos jóvenes nadábamos en un océano de ilusiones que no
pudimos alcanzar. Todos sabemos que, muchas veces, la elección de lo que
creímos que eran seguridades, con los años, nos dimos cuenta que
ésas oscurecieron los caminos anhelados.
Me gusta tu sonrisa,
me gusta tu pelo, es precioso, me gustas como mujer, mucho! Mis palabras
tienen que penetrar en ti, —al menos lo intentaré— han de ser contagiosas,
palabras que te sorprendan, te subyuguen y te enamoren. Quiero que mis palabras
actúen como una pequeña catarsis que te haga olvidar la —cotidiana normalidad—
para convertirla en excitación como cuando tenemos una ligera hipertermia,
cuando nuestra piel es más sensible que otros días; predispuesta a
someterte a unas caricias intensamente novedosas, un estado casi febril de
nuestra dermis temerosa pero excitada por un sueño epistolar que,
paulatinamente pueda convertirse en una sutil adicción que te haga gozar de la
sensualidad de mis palabras.
Entiendo, por tus palabras, que el hechizo que te causan las mías sean para ti un bálsamo, entonces espero que el aroma de mis palabras te lleguen con fuerza y con delicadeza penetren en cada uno de tus poros. El mundo epistolar, al menos en el que yo quiero sumergirme, está representado por un mundo imaginado contigo, lleno de fantasía sensual que erice nuestra piel, un baño de emociones que, en cada una de nuestras frases, nos prometamos vida. Un universo en el que mostremos lo irreal o extraño como algo cotidiano y común, dando verosimilitud a lo fantástico e irreal de nuestra relación primigenia hasta conseguir que un día la virtualidad se vista con la autenticidad de nuestros ojos.
Y para despedirme, en ése mi primer escrito, deseada
Josefina, un beso Moebius y un fragmento del capítulo 7 de Rayuela de Julio
Cortázar:
Entonces mis manos
buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo
mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de
movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y
si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa
instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta
madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
Lluís
© Lluís Busom i
Femenia